En las últimas semanas, las conversaciones y especulaciones sobre los famosos objetos voladores no identificados, ovni (identificados también por su acrónimo en inglés UFO –Unidentified Flying Object–), han reflorecido. La reactivación de esta ya casi centenaria discusión se debe a un reciente reporte que hizo el Pentágono ante el Senado de los Estados Unidos, y que luego publicó, en una versión no confidencial, el 25 de junio. Este tipo de reportes no son nuevos; lo que sí es nuevo es que, por un cambio en la legislación estadounidense, el Pentágono ahora tiene que reportar y publicar versiones no confidenciales de tales reportes. Esta es, entonces, la fuente de la que se origina la discusión.

El reporte empieza por renombrar este tipo de eventos como «Unidentified Aerial Phenomena, UAP» –Fenómenos Aéreos No Identificados– con la intención de quitar el estigma social que pesa sobre el término UFO, con la intención de que los pilotos y demás personal de navegación aérea que observe este tipo de fenómenos lo reporte sin miedo a ser criticado o ridiculizado. Posteriormente, el reporte describe la falta de evidencia para arribar a cualquier determinación y concluye algo que, en el ámbito científico, es muy común: no se sabe cuál es la naturaleza de dichos fenómenos. La falta de evidencia no los lleva a ninguna conclusión sino al reconocimiento de que se necesita mayor información, recursos y tiempo para determinar si tales fenómenos son producidos por: a) basura en la atmósfera; b) eventos naturales atmosféricos; c) tecnología del Gobierno estadounidense; d) tecnología de alguna potencia extranjera; o, e) alguna otra causa.

Es esta última categoría la que ha incendiado la imaginación de los fanáticos de las teorías de la conspiración y de la pseudociencia llamada ufología. Pero el reporte, en ninguna de sus partes, indica o sugiere que estemos ante vestigios de vida inteligente extraterrestre. Y no lo hace por una sencilla razón, repito, habitual en la ciencia: la falta de evidencia. Es decir, el hecho de que no sepamos la naturaleza de dichos fenómenos no es indicio de nada, ni permite sostener que sean algo determinado. De hecho, si se requiriese aproximar una posible respuesta frente a la duda, lo más plausible sería aplicar la “navaja de Ockham” o principio de parsimonia, acorde al cual, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla o más común suele ser la más probable.

En definitiva, hay que seguir investigando estos fenómenos. Por el momento, es demasiado prematuro y hasta irresponsable sostener que, de todas las soluciones posibles para esta incertidumbre, la más improbable de todas tenga que ser la ganadora. En suma, la posición que se debe tomar frente a este tipo de situaciones es la que sabiamente popularizó Carl Sagan con la siguiente frase: las afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias. Lo que existe hoy es falta de evidencia. Puede ser cualquier cosa, pero lo sensato en estos momentos es, simplemente, seguir investigando. Y ello pese a estar de acuerdo en que, si no existiese más vida inteligente en el infinito Cosmos, sería un terrible desperdicio de espacio. (O)