Se encuentra en circulación un interesante trabajo de autoría conjunta entre la OCDE y la FAO; el primero, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, agrupa a los países más desarrollados; y, el otro, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, que contiene proyecciones del sector agropecuario mundial al año 2030, que aunque parezca lejano se aproxima a una velocidad increíble. Afirma que hasta esa fecha seguirán influyendo los rezagos de la pandemia, cuyo fin es impredecible; sin embargo, se reconoce que durante la crisis la agricultura demostró una gran capacidad de resistencia y recuperación sin dejar de aportar un solo instante a su principal objetivo, la provisión de alimentos.

A pesar de que se percibe una reacción positiva, las posibilidades de crecimiento del PIB global son lejanas, manteniéndose por debajo de lo estimado antes de la conflagración sanitaria, de llegar a mantenerse esa trayectoria será muy difícil arribar al objetivo número dos de la agenda 2030 de desarrollo sustentable, esto es, hambre cero en el planeta, cuantificándose solo el 2,5 % de incremento en la disponibilidad calórica, en la próxima década, que marcará modificaciones fundamentales en la calidad alimentaria relacionada con el consumo de proteína animal que se estabilizará, siendo reemplazada la carne roja por la de aves de corral y productos lácteos. En cambio, el consumo de frutas y hortalizas se mantendría en un estático 7 % de las energías disponibles, sin alcanzar plenamente el mínimo recomendable de 400 gramos por persona y por día.

El crecimiento de cultivos estará representado en el 87 % en el incremento de rendimientos, el 7 % por aumento en intensidad, en tanto que solo el 6 % obedecerá a la expansión de áreas sembradas. La agricultura continuará disminuyendo la emisión de gases de efecto invernadero. En el entendido de que las condiciones climáticas se mantengan normales y que no se propaguen las enfermedades de plantíos bananeros, calculando que su producción crecerá a un ritmo del 1,4 % anual, hasta alcanzar 138 millones de toneladas en 2030.

Conviene la pausada lectura del trabajo técnico antes mencionado, que podría ser de máxima utilidad para empresarios agrícolas y agroindustriales porque contiene enfoques que manejan organismos intergubernamentales como la Unión Europea, que pronostican, con cierta precisión, lo que podría acontecer con las actividades vinculadas con el sector, siendo un buen instrumento de apoyo en la definición de inversiones que en ese campo se proyecten realizar en Latinoamérica.

El desarrollo de las musáceas dependerá de la respuesta de los países cultivadores de banano y plátano frente al peligro que significa la presencia del Fusarium raza tropical 4 en Colombia y Perú, amenazando a las plantaciones ecuatorianas, mientras que los planes de reconversión con variedades resistentes, ya en camino de determinación, necesitarán de cuatro a cinco años más, hasta tanto deberán profundizarse las acciones de fortalecimiento de los suelos a través del enriquecimiento de la población de microorganismos de la capa fértil. (O)