Mientras algunos piensan que dar bala, o darnos de bala, es una solución a nuestros problemas, los médicos luchan a diario por darnos una segunda oportunidad. Curan nuestras penas físicas, desde haciendo un diagnóstico y suturando heridas hasta proporcionando tratamientos para cáncer, o alivian nuestras penas del alma, al escuchar lo que nos aflige o usando medidas más avanzadas en casos psiquiátricos.

Los médicos especializados en trasplantes cumplen la delicada tarea de, literalmente, resucitar partes de nuestro cuerpo que han podido dejar de funcionar. Debido a que recién en 2012 Ecuador empezó a controlar y certificar la calidad de los trasplantes, el país tiene apenas 5,3 donantes por cada millón de habitantes, frente a Argentina con 24 o España con 41 donantes por millón. Aunque el número total de trasplantes es apreciable (7.000 en más de una década de trabajo), le queda larga tarea al Instituto Nacional de Donación y Trasplante de Órganos, Tejidos y Células (INDOT).

Las creencias religiosas comprenden uno de los grandes escollos a la donación. Aun en el caso de pacientes que han manifestado en su cédula de ciudadanía que son donantes voluntarios, las familias se oponen a que se extraigan uno o varios de sus órganos. Olvidan que la donación de órganos tiene el apoyo de la Iglesia católica e incluso la considera un acto de solidaridad cristiana. Olvidan, también, que lograr un trasplante necesita mucho más que la anuencia del papá, la mamá o los hijos.

Se tienen hasta ocho horas para que intensivistas, emergenciólogos y neurólogos determinen la muerte cerebral de un paciente y se realicen alrededor de 50 pruebas para confirmar que el receptor puede usar un órgano. Otros cirujanos y especialistas se involucran adicionalmente en el momento en que la familia accede y, tras la operación, viene un seguimiento médico continuo, apoyado por medicamentos para evitar el rechazo. Con un promedio de espera de cuatro a cinco años por órgano, es un lujo innecesario que una familia impida o complique ese momento el urgente proceso de donación.

Como afirma el director de INDOT, no hay mayor símbolo de libertad que la donación de un órgano. Una simple córnea puede cambiar completamente las oportunidades que puede tener una persona gracias a ese don que se le ha entregado. Por ejemplo, Fátima Morales, quien recibió un trasplante de riñón, se liberó de su dependencia a la máquina de hemodiálisis, y pudo entrenar y concursar para ganar medallas de oro en ciclismo y en atletismo, y medalla de bronce en natación en los XII Juegos Argentinos y XI Juegos Latinoamericanos para Trasplantados.

Puesto que una prótesis tibial puede costar 80.000 dólares, pocos pacientes tienen la oportunidad de recuperar su movilidad si necesitan una. Pero esto puede cambiar si mejoramos como personas y ciudadanos. El último acto de cariño o cristiandad que se puede tener mientras nuestro cuerpo está todavía en la Tierra, es donar, como mínimo, un tejido o una válvula cardiaca que le puede devolver a alguien la vida que quería llegar a tener. Informémonos, hablemos en familia, cambiemos de actitud ante la donación. (O)