La proximidad de fin del año 2021 y el principio del año 2022, aun cuando solo sea el paso de la medianoche del 31 de diciembre al inicio del 1 de enero, y se piense que posiblemente poco pueda cambiar –como quisiéramos– y que quizás casi todo va a seguir siendo lo mismo, debe motivarnos a reflexiones sobre lo que debemos hacer –en singular y en plural– para que, en el tiempo que siga, se fortalezcan valores y se disminuyan riesgos y peligros, en lo personal, lo familiar y lo colectivo.

¿Debemos tener expectativas?, claro que sí. Siempre se podrá pensar y actuar para que las cosas sean mejores: ¿qué hacer?, ¿cómo hacerlo?, ¿con qué recursos se podrá contar?, ¿cómo acceder a estos? Lo que piense, anótelo y haga el seguimiento, no desfallezca.

Al futuro no solo hay que esperarlo. Hay que forjarlo. No hacerlo puede condenar a la amargura, a la desesperanza, con el riesgo de que una manera de huir de la realidad sea caer en el mundo de los vicios, drogas u otros.

Primero, siempre debe ser la salud individual y la familiar. La pandemia universal de COVID-19 ha llevado a modificar las condiciones de vida en todo el mundo. Inmediato es tener conciencia de la necesidad de prevención frente al riesgo de contagio de COVID-19, en cualquiera de sus variantes. Prevención por la salud de la propia persona y por la de otras, familiares o no, porque una persona puede ser portadora y contagiar la enfermedad aun cuando sea asintomática. Y hay las otras patologías y el riesgo de lesiones. Siempre demos el auxilio a quienes lo requieran y este debe ser oportuno.

Es esencial tener presente que nuestra vida siempre tendrá entornos y que debemos considerarlos para avanzar y superarnos. Esos entornos van desde la familia, los colectivos en que participemos –el plantel donde se estudia, el centro o espacio de trabajo, cualquiera que sea nuestro oficio o la tarea que debemos cumplir–, el barrio en que vivimos, la ciudad, el país.

Los seres egocéntricos –que piensan que los demás deben estar a su servicio y que se limitan a privilegiar lo que es para sí– no son positivos, ni con ellos mismos, porque se envenenan de soberbia y petulancia. En los colectivos generan reacciones y desprecios.

Siempre piense cuánto bien puede hacer a otros, porque, en lo que actúe así, se fortalecerá su espíritu, además –tenga la seguridad– será correspondido.

Para nada debe confundirse ser humilde con humillarse. Lo primero implica escuchar los puntos de vista de otros, reflexionar, no asumir que siempre se debe tener la razón, por ello debe corregir o rectificar cuando corresponda hacerlo. Lo segundo es arrastrarse, someterse, a riesgo de que lo consideren una lombriz o quizás una piltrafa.

Todo el que ejerce una función pública o presta un servicio público debe pensar que así como podría entenderse que tiene una parcela de poder, mayor o menor, para actuar o decidir, más pronto de lo que pueda imaginarse estará del otro lado, demandando actuaciones o que se le preste un servicio.

Converse, sume, aporte, en las coincidencias y en el quehacer se avanza. Traslade y reciba amor, amistad, solidaridad y respeto. (O)