Hace pocos días participé en un panel sobre economía austriaca, organizado por la Universidad Eseade de Argentina, donde hice mi doctorado. Fue una conversación profunda sobre libertad, economía y su impacto en la prosperidad de las naciones y de las personas. Escuchar a los expositores –académicos, empresarios y referentes del pensamiento liberal– confirmó una tesis fundamental: la raíz de una sociedad libre y próspera comienza en las personas que se autogobiernan.
Alberto Benegas Lynch, uno de los referentes más lúcidos del liberalismo en nuestra región, sostiene con claridad que el autogobierno es el cimiento de una sociedad verdaderamente libre. No se trata solo del derecho al voto ni de multiplicar leyes. Tampoco basta con instituciones formales, por más sólidas que parezcan. Lo esencial es que cada persona sea capaz de gobernarse a sí misma.
Autogobierno es hacerse cargo. Es actuar con conciencia, no por imposición externa. Y eso requiere dos condiciones fundamentales: autoconocimiento y autocontrol. Saber quién soy, qué me mueve, hacia dónde voy y tener la fuerza para dirigirme con convicción.
La verdadera libertad no se hereda ni se decreta: se vive día a día.
En cambio, las culturas paternalistas y jerárquicas –en lo público, lo privado o lo familiar– tienden a producir personas que delegan su voluntad. Personas que prefieren que otros piensen por ellas. O que terminan viviendo pasivamente, sin dirección, sin propósito y sin responsabilidad. Ahí no hay personas empoderadas de su vida. Solo hay dependencia.
Por eso, la mayor palanca de cambio en una sociedad es la educación. Pero no cualquier educación. La verdadera reforma educativa no es solo curricular, sino profundamente cultural.
Es aquella que forma criterio, carácter y responsabilidad. Una que prepara a las personas para tomar decisiones, sostenerlas y crecer con ellas, incluso en medio del error o la dificultad.
Esto no aplica solo al sistema educativo, a escuelas, colegios o universidades. Aplica también a toda la sociedad: empresas, fundaciones y familias. Porque educar –en cualquier contexto– es formar seres humanos capaces de autogobernarse en medio de la incertidumbre.
En consultoría lo veo a diario: los cambios reales ocurren en las empresas cuando se atacan las causas raíz, no solo los síntomas. Cuando los líderes dejan de maquillar problemas o postergar decisiones incómodas, y se atreven a mirar de frente lo que realmente limita el crecimiento –la cultura interna, los hábitos de liderazgo, la falta de visión o de coherencia–, ahí comienza la transformación.
No sirve ir por las ramas. La raíz es la que sostiene el árbol y lo hace crecer. Y la raíz de una sociedad libre y próspera comienza en las personas que se autogobiernan.
Si queremos un cambio sustentable, tenemos que comenzar por la raíz de todo: las personas. Porque quienes no se autogobiernan siempre estarán esperando que alguien –o algo– venga a salvarlos. Y cuando eso ocurre, la prosperidad será apenas una ilusión. (O)