Se va el 2025. Llega el 2026. Y entre celebraciones, risas, abrazos y promesas, vale la pena hacer una pausa. Una pausa para mirar atrás, pero no con nostalgia, sino con conciencia. Porque mirar hacia atrás no es retroceder, es entender.

Cada año deja huellas: decisiones acertadas, errores que dolieron, oportunidades que dejamos pasar, personas que marcaron nuestra vida. Y, en medio de todo eso, hay algo que siempre enseña. La pregunta es: ¿lo vimos?, ¿aprendimos de verdad?

Vale la pena detenerse un momento y preguntarse: ¿qué decisiones marcaron positivamente este año? ¿Qué aprendí de los momentos difíciles? ¿Qué parte de mí descubrí este año que no conocía? ¿A quién debo agradecer por haber estado ahí? ¿Qué quiero hacer mejor en el año que viene? ¿Qué propósito me guio este año… y cuál quiero que me guíe en el próximo?

Estas son algunas preguntas. Cada uno puede hacerse las suyas. Lo importante es que las preguntas potentes nacen cuando uno se atreve a escucharse. Solo entonces revelan aquello que necesitamos ver y no lo que quisiéramos oír.

Lo interesante es que el mundo personal y el empresarial no están separados. Las preguntas que nos hacemos sobre nuestra vida también iluminan cómo pensamos y decidimos en nuestras organizaciones. A lo largo de los años hemos aprendido algo fundamental: en todo proceso serio de planificación estratégica siempre miramos el pasado para comprenderlo, no solo para recordarlo. Solo al examinar nuestras decisiones previas podemos identificar la lógica que nos trajo hasta aquí y determinar si sigue siendo válida. El pasado es un mapa de elecciones estratégicas: muestra qué nos hizo únicos, qué imitamos sin sentido y qué diferenciadores debemos reforzar.

Esta práctica empresarial tiene un sentido profundo, porque no aprendemos de la experiencia, sino de la reflexión sobre la experiencia. En el pasado están las semillas de la grandeza o las causas del declive.

Hace unos días tenía un vuelo muy temprano de regreso a Guayaquil. Mientras el avión despegaba y el amanecer empezaba a pintar el cielo, miré por la ventana y vi cómo la oscuridad se transformaba lentamente en luz. En silencio, pensé que la vida es así: muchas veces no entendemos el camino hasta que la claridad aparece. Y entonces, lo vivido cobra sentido.

Mirar con claridad lo que hemos recorrido no es debilidad. Es madurez. Es coraje. Nos ayuda a soltar lo que ya no sirve y a quedarnos con lo que nos impulsa. Porque el pasado, cuando se mira con profundidad, deja pistas para el futuro. Lo dijo Confucio hace siglos: “Estudia el pasado si quieres definir el futuro”. Él nos recordó que la grandeza humana comienza por revisar nuestros actos con honestidad.

Como personas y como país, necesitamos hacerlo: aprender de aciertos y errores, reconocer lo que nos hizo avanzar e identificar aquello que queremos transformar. Solo así podremos construir algo mejor.

El año que se inicia no será mejor por lo que deseemos, sino por lo que decidamos. Por la claridad de elegir un rumbo, agradecer lo vivido y avanzar con propósito. (O)