Los que trabajan en silencio, los que cultivan con ilusión y sin pausa, los que amanecen preparando el examen o concluyendo la obra, los que conducen el taxi sabiendo que ponen en peligro su vida, los que hacen guardia metidos en una caseta, los informales, los hombres y las mujeres de la fábrica, los profesionales que no pueden llegar a la oficina, los que viajan a pie porque no hay bus, los que remuerden su indignación y esconden su miedo; los que callan para no sufrir más, los que ven cada noche los noticiarios y alimentan su frustración, los que no tienen agua, los que van a las marchas bajo amenaza, los que dan la cara por orden de las dirigencias. Y todos los demás. Y los que sienten que el país se hunde entre palabrería, paros y folletines políticos. Los que viven con el miedo a cuestas.

No tienen voz. Les expropiaron la protesta en nombre de la revolución, les robaron la libertad, les cambiaron la esperanza con el discurso, con el grito y con la obediencia, con la sumisión. No tiene voz la clase media y los de más abajo que aprendieron a callar y a hacerse de la vista gorda. Los que votan y eligen sin entusiasmo, cuando llaman a elegir a autoridades y representantes. Y los indiferentes que prefieren apostar al “así mismo es” y los que construyen un país imaginario, otro sueño que es refugio y casa, si es que hay casa y posibilidad de soñar. Perdieron la voz los que decidieron irse a construir su destino en otra tierra, lejos de su hogar; los que apostaron al extrañamiento a cambio de trabajo, distancia, soledad y un poco de paz.

¿Protesta o barbarie?

Y estamos nosotros, los que podemos hablar y callamos por prudencia, y los que miran a otra parte. También están los honrados, los que ganan el salario sin estafar, los que devengan cada dólar y hacen magia para ajustar el mes, los que pagan el arriendo con las justas, los que construyen la casa piedra por piedra. Además están los que no tienen tiempo para ocuparse de otra cosa que no sea ganarse el sustento, velar por su familia y acompañar al hijo al partido de fútbol.

Y están, también, los que recibieron el mandato de romper la convivencia que ahora es griterío, bloqueo, enemistad y cálculo. Y frente a estos están los espectadores de las disputas que encapsulan asuntos de poder, de fuerza y tácticas de violencia.

Paraíso perdido

La democracia es una voz civilizada, es serenidad, es una palabra sensata, es tolerancia, es participación sin desplantes. La democracia es crítica sin miedo, es sensibilidad y respeto, es mano extendida y no puño que ofende, es criterio y no es insulto. La democracia es tener la posibilidad de hablar sin gritos, de exponer sin espectáculo, de sugerir con inteligencia, y de votar con responsabilidad. La verdadera democracia es restaurar y vivir aquella convicción de que sin convivencia racional no hay país, y de que el país importa.

Devolver la voz a los que la perdieron, romper la expropiación de la palabra y rescatar la sensatez, el sentido del deber y la confianza; construir la paz paso a paso; y volver a creer en el valor a las ideas, salvar la verdad y la importancia de las palabras, anular los gritos y acallar la violencia, eso, queridos lectores, también es la democracia. (O)