¿Han recorrido últimamente los alrededores de las capitales de la Sierra centro? Si no lo han hecho, dense una vuelta por ahí. Vale completamente la pena. En las últimas semanas he tenido que ir hasta Guaranda y me he sorprendido.

Hay algunas razones para ello. La primera es el potencial que tiene la región. Las zonas urbanas, por ejemplo, cuentan prácticamente con todos los servicios básicos. Es fácil encontrar lugares donde hospedarse. Los precios son asequibles y, en general, hay lugares acogedores. De la gastronomía no podemos quejarnos; los platos típicos no faltan, tampoco algo más liviano, si no quiere excederse.

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Las vías que las conectan, en general, están en buen estado. La gente es la de toda la vida: amable, con una sonrisa en los labios y dispuesta a ayudar si alguien pide una indicación.

El paisaje que las rodea tampoco es menor. Está el Cotopaxi, que cuando emana sus vapores o su ceniza asemeja a un viejo fumador, de esos que disfrutan cada bocanada que dan. Los campos verdes, y a veces ocres, cuyas tonalidades no son más que el tipo de sembrío que hay, se ven a lo lejos, por cada elevación que acompaña el camino. También se pueden ver vacas, caballos, llamas, vicuñas y alpacas, que parecen estar acostumbradas a que las fotografíen.

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Si el día o la noche están despejados, la vista del Tungurahua y el Chimborazo es espectacular. Tuvimos la suerte de que la noche que cruzábamos El Arenal, para llegar a Guaranda, no había nubes y recibimos un regalo que nos hizo detener el carro en el que viajábamos. A nuestra izquierda, la perfecta silueta de ese macizo con nieve, tan alto, tan frío, coronado de estrellas y una luna naciente. Era una noche de esas que ya no se pueden ver en las ciudades y que quienes tenemos nuestros años disfrutamos en la niñez y adolescencia en Quito o Guayaquil o en cualquier ciudad que ahora son enormes.

Al lado derecho, hacia el Oriente, de cuando en cuando, el cielo se iluminaba. Eran los rayos que prendían y apagaban la luz y que nos contaban que al otro lado seguramente había una tormenta.

Las ciudades como Latacunga, Ambato, Riobamba y Guaranda, más allá de sus dificultades típicas, algunas asociadas a la contaminación del aire, el desorden urbanístico o el cableado al aire, que provoca esos tallarines gigantescos entre poste y poste, entre otras, no deben ser impedimento para que parte de ellas o sus alrededores se conviertan, por ejemplo, en una ruta para llegar a pueblos mágicos, que pueden ser decenas.

Lo que tiene que ofrecer el Ecuador es tanto. Y la gente tiene tantas ganas. Es tan motivador hablar con ellos y que cuenten los esfuerzos que hacen para hacer espacios culturales, generar trabajo… para que la vida siga y mostrar sus maravillosos alrededores.

Estas son las historias que debemos contar, porque no todo es malo ni malas noticias. A este país es al que no debemos olvidar, en medio de la vorágine de la violencia y de la política nacional. Es este el país por el que debemos apostar hoy más que nunca. (O)