Por estos días, la aplicación de Spotify le brinda a cada usuario un resumen de las canciones que más ha escuchado durante todo el año. La música nos ha acompañado todas nuestras vidas. Un listado de las preferidas de Spotify de alguna persona seguramente puede ser la base de un musical de una obra de teatro que cuente la historia de su vida. Si nuestra memoria fuera una aplicación digital que recopilara toda la música que hemos escuchado desde que nacimos, ¿qué canciones sonarían y qué recuerdos nos traería?

Me considero un simple observador musical, que siempre ha estado atento a la música que han escuchado las personas que he conocido en el camino. Mi recuerdo musical más lejano me lleva a mi infancia, cuando mi tía Nena vibraba con José Luis Rodríguez, el Puma, un personaje que me llamaba la atención porque su peinado parecía un comercial de fijador de pelo, y su música me parecía tremendamente cursi. A esas edades, nada entendíamos de amores ni despechos. En esos mismos años recuerdo la canción La mochila azul, que nos puso a buscar novia a todos en el colegio. El poder motivacional de la música puede volvernos ilusos. Ya casi acabando la primaria, llegó una nueva compañera a la clase. Era alta, con un pelo tipo afro, pero rubio. Guapísima. Un día salió al frente y nos cantó a toda la clase la canción Me gustas mucho, de Parchís. Fue la primera vez que sentí que me dedicaban una canción, igual que seguramente le pasó al resto de babosos del salón.

En la secundaria tuve compañeros muy musicales, cada uno con sus gustos, que de paso desnudaban sus personalidades. Mi mejor amiga del colegio me presentó a Silvio Rodríguez y a Pablo Milanés; fue con esa música que descubrí que las letras no tienen que ser siempre tan obvias; que entre las líneas de una canción muchas veces reposan secretos. En casa, el más musical fue siempre mi papá. Tocaba el órgano y la guitarra, ambos de forma empírica. Él pertenece a esa generación en la que, cuando se juntaban entre amigos, siempre alguien sacaba una guitarra y todos cantaban a la vez. Recuerdo que una vez yo estaba desesperado porque no encontraba las llaves del carro para salir; las busqué por cerca de media hora; durante todo ese tiempo, mi papá y sus amigos cantaban pasillo tras pasillo, indiferentes a mi problema. Tengo grabado en la mente cuando tocaron Manabí, de Eduardo Brito. Solo pude sonreír y olvidarme de salir.

Cuando apareció la música de Juan Luis Guerra, me obligó a aprender a bailar merengue, que para mí era un ritmo para gente mayor, que solo escuchaba en matrimonios de primos o tíos. Su música hoy la considero un patrimonio cultural latinoamericano. Otro ritmo que nos puso a prueba fue la balada en inglés. Si no eras de los que bailaban bolero, tus esperanzas de conquista eran paupérrimas.

Comienza un nuevo año. Escojamos a conciencia la música que voluntariamente escuchamos. Nuestra elección va a trascender generaciones e influir en nuestro estado de ánimo, en nuestra actitud, y los recuerdos asociados a esos temas nos perseguirán por el resto de nuestras vidas. (O)