La de Cuenca. La inmensa que convocó a más de 100 mil personas que se manifestaron pacíficamente en defensa del agua y del páramo. A la que asistieron ciudadanos de toda proveniencia y condición. Campesinos que han luchado por la defensa del agua desde hace décadas. Profesionales citadinos de diferentes áreas. Familias enteras. Abuelos con sus hijos y nietos. Estudiantes de todos los niveles se autoconvocaron para asistir a la memorable fiesta cívica del 16 de septiembre. Oficinistas. Ecologistas. Madres de familia. Comerciantes, choferes, sindicalistas. Gente de Cuenca y de otros lugares del Ecuador que llegaron para unirse a la marcha y disfrutar cívicamente de estar juntos, alzar la voz y protestar colectivamente.

Felices. Reconociéndose los unos a los otros. Viéndose con amigos y parientes “a los tiempos”. Abrazándose y celebrando la comunión de intereses, de luchas y de visión de futuro. Y, toda esa energía maravillosa, en el marco de la ciudad que les une desde sus adoquines, aleros, techos de teja, casas patrimoniales, paisajes, ríos, vegetación, gorriones, historia y cultura.

¿Protesta o barbarie?

Fue una experiencia única. Amable y afable. Armoniosa. Poderosa. No hubo una sola nota disonante en “La marcha de los 100 mil”.

La comparación con el paro que tiene lugar en estos días es inevitable. Las razones para la protesta de la gente, en esta ocasión, como en otras, son legítimas. ¡Faltaba más! El desacuerdo con la eliminación del subsidio al diésel. La oposición a las políticas del Gobierno central. La protesta por la persistente inseguridad en las calles, campos y ciudades del país. Sin embargo, las formas que adopta el reclamo son diferentes y están atravesadas, obstinadamente, por un discurso mentiroso que sostiene que el paro es pacífico, cuando en realidad es agresivo, intolerante, brutal y contrario a derecho.

El discurso de los dirigentes del paro y de muchas personas que opinan sobre ese hecho, se fundamenta en una afirmación que solamente tiene validez en las palabras. Se dice que las manifestaciones son pacíficas. Pero es obvio que no lo son. La ruptura del ordenamiento jurídico es flagrante. Gente que pincha neumáticos a mansalva. Que exigen “a la brava” que otros ciudadanos plieguen al paro. Cierran carreteras. No permiten el paso de la gente. Lanzan piedras. Atacan ambulancias y convoyes de ayuda humanitaria. Tienen armas y las utilizan en contra de la fuerza pública y de todo aquel que ose enfrentárseles. Son agresivos hasta el extremo. Violentos. Transgresores contumaces de los derechos de los otros, por el solo hecho de no estar de acuerdo con sus consignas, como si tuvieran derecho de hacerlo.

¿Fragmentados o pura viveza criolla?

Creo que, si todas esas conductas son parte legítima de la resistencia, la doctrina debería escribir sobre eso y defenderlas como correctas. También el derecho debería permitirlas. Sin embargo, no hay una defensa franca de la violencia y lo jurídico la prohíbe, seguramente porque no es posible hacerlo, so pena de incurrir en ámbitos de ruptura de la democracia. Lo que se mantiene, incólume, es el discurso falaz que posiciona, pese a toda evidencia en contrario, que el paro es pacífico y respeta los derechos de los otros. (O)