En Ecuador hay razones de sobra para protestar. Ni jóvenes ni adultos consiguen trabajo y el dinero duramente ganado por quienes lo tienen no alcanza para pagar las cuentas. El país es cada vez más violento por la delincuencia con la que lidia a diario. Las dependencias públicas parecen funcionar como en los peores tiempos. Mientras que la educación pública es un sumidero. ¿Por qué entonces las diferentes organizaciones sociales protestan por la eliminación del subsidio al diésel y no algo más fundamental?

Caos que descomunica

Bajo el argumento de que le han metido la mano en el bolsillo a la clase trabajadora, los instigadores del cierre de carreteras y el cerco de ciudades como Ibarra obligan a los comuneros a participar con amenazas. Mientras tanto, buscan promoverse como defensores de la lucha social dando órdenes cómodamente instalados detrás de un micrófono y no en las calles.

Pero no convocan; solo provocan. No ilustran; desalientan. Sin fondos para pagar el transporte de quienes arrastran a ser carne de cañón, no logran montar el escenario para la foto ganadora del concurso internacional de rigor.

Si querían demostrar su fuerza política, los grupos de oposición encontraron el momento más débil para hacerlo. Más parece que quieren que asistamos a un ensayo. Se centraron en un pedido esquivo que nunca tuvo razón de ser y ha perdido cualquier atractivo que pudo haber tenido. Pusieron a prueba las mañas de siempre con el supuesto fin de desestabilizar al Gobierno, pero en su lugar alimentaron su popularidad en ciertos sectores.

Precedente funesto

El presidente de la República, Daniel Noboa, apertrechado en Latacunga o trasladándose protegido por su séquito, le da tiempo al tiempo, como al final de una mala relación amorosa. Si les esquiva lo suficiente, se cansarán de buscarlo. Su meta no es buscar salidas o llegar a consensos necesarios para la gobernabilidad e imprescindibles para mejorar la situación del país. El presidente se encuentra tomando viada para el plebiscito de noviembre, seduciendo a quien puede con bonos, transferencias y sueldos anticipados.

En el medio nos encontramos todos los demás. Hartos de las promesas vanas y las mentiras descaradas de los políticos de turno. Enfermos con los casos de corrupción que se siguen destapando o enrareciendo. Decepcionados por la falta de cohesión social ante los problemas verdaderamente acuciantes del país. Desde la directiva del grado del colegio de nuestros hijos hasta los diferentes movimientos sociales y políticos, a la gente le importa la forma, no el fondo.

Derechos y daños

Las protestas que han incendiado el país no han mejorado las condiciones de vida de indígenas o mestizos o negros o montuvios, ni hace 15 años ni hoy. Ante la falta de verdadera representación social, una movilización, por más grande que sea, llegará a tener un impacto escaso. Por eso, la coreografía de la pugna en las calles está sirviendo de poco más que de antesala a la consolidación de la mano dura en el país.

El problema es que, cuando la lucha social desaparece del escenario, la postura legítima de la protesta pierde valor ético. ¿Por qué protestar si a la final no va a cambiar nada? (O)