No sirve para representar. No sirve para gobernar con responsabilidad. No sirve para administrar los intereses públicos, ni para trabajar en bien de la comunidad. No sirve para dialogar, ni para construir consensos. No sirve al bien común.

Para nada de eso sirve la “democracia instrumental”. Al contrario, es un sistema útil para que prosperen las carreras políticas de los candidatos a todo, para que los “movimientos sociales” y los partidos lleguen al poder y lo ejerzan a su saber y entender, y para que exploten las ventajas de ese mamotreto que llaman Estado, en beneficio de cada aspirante a caudillo y de cada redentor en proyecto. Sirve para que el cabildero se convierta en dirigente, y para manipular, con el poder de la propaganda, a la masa de los que votan. Sirve para pactar mayorías artificiosas, para convenir bajo cuerda y “valorar” interesadamente cada voto; sirve para poner condiciones y sacar ventajas en las decisiones de las asambleas. Es la razón de ser del “toma y daca”, de la simulación y el cálculo. Es lo que permite construir la letra colorada de la ley, y lo que hace posible que los más absurdos disparates se transformen en lápidas inamovibles, como la Constitución de Montecristi.

El “pueblo” es la ficción que justifica la democracia instrumental. La que encubre todas las tácticas. Pero el pueblo, ¿dónde está el pueblo?, ¿es la masa que rezonga en las redes sociales?, ¿es la que llena los estadios, es la que acude mansamente a votar?, ¿es la materia prima de la propaganda electoral?, ¿es el rostro y la sonrisa que se emplean como anzuelo?, ¿es el abrazo falso que se difunde para comprar votos?, ¿y quién interpreta la voluntad del pueblo?, ¿cuál es su voz: la del caudillo que sobrevuela como ave de presa, la del desaforado que dice discursos, la del hombre que clama su desgracia en el semáforo? El pueblo, siempre el pueblo. Pero nadie conoce a ese personaje en cuyo nombre se dicen todas las mentiras.

(...) explica la circunstancia penosa de un país eternamente enredado en elecciones y en campañas...

Y las mayorías, ¿mayorías de qué, de cualquier pacto, producto de la propaganda, residuo de las habilidades de pasillo? Mayorías, tantas cosas que se hacen en su nombre. ¿Tiene derecho a decidir por nosotros la suma de unos cuantos políticos que presumen de ser la voluntad suprema? ¿Tiene límites la mayoría; su capacidad política está sobre la razón, está sobre la justicia y el sentido común?

¿Y la responsabilidad de los representantes del pueblo, o ellos están blindados contra todos los despropósitos y los errores?

La “democracia instrumental” -la perversión del sistema republicano- explica la circunstancia penosa de un país eternamente enredado en elecciones y en campañas, sordo a todo menos a los discursos políticos, a las encuestas y a las especulaciones. Engañado perpetuo que espera que la salud, la seguridad, la paz y el progreso lleguen con el Papá Noel que elegiremos aquel día histórico; que la educación universal alcanzaremos en el próximo sorteo de la felicidad; y que el evento electoral, en el que se sumarán todas las magias, será el que marque el inicio del porvenir, la justicia y la libertad. (O)