Quito es una ciudad sin proyecto. Es una ciudad que se pierde entre el tumulto, la informalidad, el desorden y la falta de autoridad. El centro histórico está en camino a la destrucción. La actitud de las autoridades es injustificable, su inutilidad nos ha llevado a la incuria. La desaparición de las élites es una evidencia. En la actualidad, Quito se percibe como una capital rara: capital sin clase dirigente, sin poder, sin voz.
Me pregunto, ¿Quito es una ciudad de verdad?, porque no hay sociedad civil que la sienta, que la exprese, que milite por ella, que se duela de su destino. Hay conglomerados de consumidores y vendedores. No hay gente que, como dicen en el fútbol, se ponga la camiseta. Hay supermercados y clientes, barrios y urbanizaciones, suburbios y rascacielos, pero ese conglomerado no es una ciudad que responda a una estructura comunitaria, donde los pobladores actúen en función del compromiso que nazca de un básico sentido de pertenencia.
A diferencia de otras ciudades, Quito perdió su identidad. Se diluyó entre migraciones, desorden urbano, contaminación y malas administraciones; entre visiones cortas, rivalidades subalternas, intereses creados, proyectos de cada grupo y egoísmos insignes. Todas las ciudades han crecido, pero algunas enfrentaron el fenómeno sin abdicar de sí mismas, sin renunciar a su personalidad; crecieron, pero hubo alguna fuerza que mantuvo el sentido de comunidad, un mínimo orgullo de pertenecer al sitio, una percepción de historia, de tradición. Quito, ahora no tiene nada de eso.
El Municipio se ha reducido a una entidad burocrática donde abunda el olfato electoral. Debería ser el corazón y el cerebro de la ciudad, y para serlo con mérito es preciso que sus personeros no pierdan de vista la importancia histórica de la ciudad, la dimensión de su condición de capital, los vínculos con la historia. Que sus personeros tengan siempre clara la responsabilidad que supone la defensa de la ciudad de la avalancha de los tumultos y de la cotidiana agresión que sufre por la violencia, el desorden y la suciedad.
Teóricamente, Quito es la ciudad política por excelencia; es la capital de la República del Ecuador. En la práctica, y en los últimos gobiernos, ha perdido toda relevancia, todo peso, toda importancia. Está colonizada por el poder, pero no tiene voz ni voto en la gestión del país. No tiene presencia, no tiene pulso.
¿Cómo reconstruir el aire, la cultura, el espíritu de Quito? ¿Se puede restaurar el sentido de comunidad, el respeto, la comprensión de que la ciudad es el lugar donde debe anidar el civismo como concepto y compromiso? ¿Cómo devolverle a la gente la sensibilidad necesaria para proteger a Quito, para rescatarla de la destrucción? ¿Se puede evitar que se convierta en un inmenso mercado donde imperan la informalidad y la contaminación?
Creo que semejantes tareas no son asunto municipal solamente. Son temas que atañen, además, a cada persona, a cada corporación. Quito es un tema que nunca debió olvidarse en las escuelas, al que jamás debió abdicar la ciudadanía… si existe ciudadanía. (O)