Hay pocas cosas tan seductoras como lo prohibido. Basta que nos digan “ese libro no has de leer” para que nos desvivamos por conseguirlo. No es por malos o desobedientes (etiquetas ignorantes de la compleja naturaleza humana), es que lo inalcanzable fascina. Tan poderoso es el deseo de lo prohibido, lo exclusivo de otros, que hasta dicen que nos llevó a perder el Paraíso. Ay, pero no aprendemos de los errores ajenos, queremos saborear en nuestra propia boca el fruto prohibido.

En un afán por enrumbar a la fuerza al ser humano por el camino de la virtud, el autocontrol, la protección de su familia y su cuerpo, entre 1920 y 1933 EE. UU. prohibió el alcohol. Si bien no toda borrachera termina en tragedia, es estadísticamente innegable que esta sustancia es cómplice de los actos más horrendos de los que es capaz el ser humano (violencia extrema, abuso sexual, familias destruidas, niños traumatizados). Sin embargo, las cifras y la historia (de la que nunca aprendemos) comprueban que la infame ley seca fue una de las épocas más violentas: mafias, extorsión, oferta y consumo ilegal y descontrolado. ¿Por qué? Pues porque prohibir una cosa, por perjudicial que sea, jamás ha solucionado nada.

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Díganle a un chico ante un cajón cerrado: “prohibido abrirlo”, y pensará en él día y noche, quizá buscará y hallará la forma de abrirlo, ciertamente ocupará en su mente un espacio que de lo contrario no hubiera ocupado. A los seres humanos libres no nos gusta que nos impongan cosas, ni siquiera el bienestar. Ordénenle a alguien desesperado “¡cálmate!” y se pondrá peor. Queremos que nos escuchen y nos comprendan, que nos vean, nos apoyen e incluyan. Un adicto no es adicto porque tenga acceso a sustancias. Si fuera así, todos los que toman alcohol serían alcohólicos, o todos los que a pesar de las prohibiciones hemos probado drogas estaríamos en la calle dejándonos la vida a cambio de drogas. Pero no es así, ¿verdad? Ni todos decidimos probar drogas, ni todos los que las probamos nos volvemos adictos.

(...) nuestro instinto humano nos dice que la solución está en examinar el porqué y buscar estrategias realistas...

Llevamos décadas aplicando la misma fórmula (perseguir a los vendedores, castigar a los consumidores) en lugar de hacer lo obvio: dirigir nuestros esfuerzos a reducir la demanda (con lo cual baja automáticamente la oferta), rehabilitar a los adictos, prevenir las infancias de abuso, las vidas sin opciones ni futuro que estadísticamente nos vuelven vulnerables a la adicción. Pero coaccionados por los EE. UU. (país, por cierto, donde la adicción está fuera de control), Latinoamérica lleva décadas invirtiendo millones en la guerra contra las drogas. Es evidente para quien quiera verlo: esta estrategia de macho castigador (agresiva y moralista) lejos de solucionar el problema lo empeora. Ante cada Gobierno implacable correrán ríos de sangre, los adictos seguirán destruyéndose a sí mismos y sus familias, los narcos seguirán aterrorizando y enriqueciéndose. Vivimos la dictadura de un macho necio cuya respuesta a todo problema es castigar a palos mientras repite “no cederé, no mostraré debilidad”, mientras nuestro instinto humano nos dice que la solución está en examinar el porqué y buscar estrategias realistas, magnánimas y creativas. (O)