“Pan o palo” sentenciaba el dictador mexicano Porfirio Díaz para afianzar su poder, imponer políticas, aplacar críticos y presionar a la prensa a divulgarle sus “verdades”. A principios del siglo XX, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt adoptó el “gran garrote”: diplomacia pacífica y ayuda a países aliados y amenaza militar contra los “rebeldes”. A la metáfora del garrote y la zanahoria plasmada en la imagen de un burro apaleado mientras el vegetal en su frente incitaba su andar, Jeremy Bentham la describió como reacciones impulsivas humanas de placer-recompensa o dolor-castigo.

Las empresas lo usan para motivar o presionar: gratifican el “buen desempeño”, la obediencia incondicional y castigan el “alboroto” sindical (regalías a los fieles, trabas a los “díscolos”). También usado en persuasión de políticas públicas, negociaciones gremiales o internacionales.

“Garrote y zanahoria” ha sido estrategia gubernamental principalmente en los últimos mandatos: Lenín Moreno-2019, Guillermo Lasso-2022; hoy Daniel Noboa en versión “palo, bono y chanchos a granel”. Se repele con exceso y “bonificación” ante reclamos por manejos económicos-políticos antipopulares heredados y propios. Ecuador queda más enfermo, el tejido social más roto, el desarrollo estancado y los problemas de fondo agravados.

Imposible gobernar ajeno a las necesidades del pueblo. Trolls, encuestas y estadísticas increíbles, medios pauteados no garantizan gobernabilidad. Al pueblo se le debe hacer –desde las campañas electorales– promesas ejecutables. Luego, invertir en educarlo, mantenerlo sano, culturizado en pro de ciudadanos pensantes, críticos, forjadores de un tejido social consistente y del progreso nacional, sacrificios incluidos. Guiados por políticos honestos, éticos, demócratas, dialogantes, independiente de su bandera. ¿Cuántos gobiernos ecuatorianos destacan esas características? Son contados con los dedos. Uruguay, nación más pequeña de menos recursos y otras complejidades, sobrevivió una cruenta dictadura y consolidó una democracia ejemplar en la región. El equilibrio emocional entre izquierda y derecha, gobierno y oficialismo, sostienen una república sin polarización, miedos, ni convulsiones. Pese a su diferencia demográfica, es digno de analizar lo positivo y aplicarlo en nuestro multicultural, plurinacional, inequitativo y desordenado país.

Salud, educación, cultura, seguridad, empleo, son claves para construir democracias de progresiva madurez, ordenamiento jurídico, desarrollo económico y estabilidad política. No podemos reordenar una nación tan diversa acentuando la desigualdad con políticas económicas atentatorias contra los grupos más vulnerables, lo que altera la tranquilidad y genera estallidos sociales. Como corolario se apela a la represión y chantajes analgésicos disfrazados de bono o décimos anticipados. Lamentablemente, gran parte de la población se acostumbró a esta práctica.

El “palo” no asegura gobernanza, ni la “zanahoria” sostenible calma; luego de un agitado mes, solo se barrió bajo la alfombra. (O)