Abro las puertas de par en par para que el sol esquivo que brilla esta mañana ilumine los recodos de la casa que huele a hierba y humedad. Parado en la puerta con una sonrisa enorme que ilumina su rostro a contraluz, Alberto me saluda con un enorme abrazo. Feliz día, me dice. Mi sorpresa es total. En general no está demasiado enterado del porqué de los días festivos, ocupado como está, con sus sesenta años y pico a cuestas, en barrer veredas ajenas, hacer mandados para los vecinos, cuidar casas y carros y espantar posibles ladrones en bicicleta. Igualmente, le digo, pensando que se equivocó. Feliz Día del Trabajo me dice.

Mi alegría es inmensa. Sí, feliz Día del Trabajo, ese que ha costado y cuesta tantas luchas, tantas muertes, tantas marchas, cansancios, y enojos, ese que alguien dijo que era una penitencia. Allí estamos Alberto y yo fundidos en un abrazo que nos declara iguales. Y de pronto me doy cuenta de algo. No es lo mismo decir Día del Trabajo que del Trabajador.

Qué se celebra el 1 de mayo, ¿día del trabajo o de los trabajadores?

El derecho al trabajo como tal es uno de los avances humanos a través de miles de años. Las personas tenemos derecho a poder trabajar. Y que ese trabajo no sea una esclavitud, ni una condena como los trabajos forzados, sino una actividad que nos permite realizarnos y contribuir al bienestar de la familia y la sociedad. Muchos actualmente en nuestro país y en el mundo no tienen posibilidades de encontrarlo y se sienten inútiles, porque el trabajo es el medio para acceder a tener los recursos que hacen falta en su vida y en la de los demás.

Si ponemos el acento en el trabajador, entonces estamos declarando nuestra igualdad fundamental. Y el abrazo de Alberto traduce esa realidad, todos somos trabajadores, somos hermanos de logros y cansancios, de creaciones y aburrimientos, de hermosas obras y muchas investigaciones.

Más empleos: tarea a desarrollar

El desafío humano está en convertir el trabajo en manifestación de igualdad entre los trabajadores.

El desafío humano está en convertir el trabajo en manifestación de igualdad entre los trabajadores.

Que no haya niños trabajando en maquilas que nos permiten comprar luego ropas, zapatos, electrodomésticos y tecnología a precios más bajos porque está basado en la esclavitud de miles de personas, a quienes no se paga un precio justo por su esfuerzo. Ni que los mineros trabajen en condiciones infrahumanas buscando un mineral que luego se venderá a precios desorbitantes, mientras ellos dejan su vida en los socavones.

Ni que a igual trabajo las mujeres reciban menores salarios, ni que las vacaciones sean diferentes según se trabaje en el sector público o privado, ni que los empleados de supermercados y muchas tiendas de centros comerciales tengan que pasar todo el día de pie, o que cuando son parte de una cadena de producción deban mantener siempre el mismo ritmo como si fueran robots, casi sin posibilidad de salir para ir al baño.

En la constante contradicción entre el trabajo y el descanso, entre esfuerzo realizado y la remuneración recibida, nos asomamos a los primeros pasos de la inteligencia artificial que seguramente introducirá cambios fundamentales en el quehacer humano cuando muchas de nuestras actividades las realizarán aparatos aparentemente más hábiles y eficaces.

Enfrentamos desafíos potentes que pondrán a fuego nuestra habilidad para que los trabajadores vivan en igualdad de derechos. (O)