Todo retorno busca un fantasma. Digo esto luego de preparar el prólogo para el libro De Popayán a Quito, de Antonino Olano, publicado en 1915, y no reeditado desde entonces hasta este año por la editorial de la Universidad del Cauca, en la colección Posteris Lvmen, y que presentaremos hoy en Quito, en la Universidad Andina Simón Bolívar, en el contexto de la primera Feria del Libro Académico.

Antonino Olano, jurisconsulto y político colombiano nacido en Cali en 1871, viajó a Quito de niño –“por el turbión de una de nuestras guerras civiles”– y volvió a Colombia a los 15 años. ¿Qué ocurrió en esa estancia en Quito? Entre toda la riqueza y minucia descriptiva e informativa de este libro, escrito con un lenguaje preciso y fuentes prolijas para dar cuenta de la realidad del sur de Colombia y, sobre todo, del Ecuador de principios del siglo XX, no se dice nada de la infancia y adolescencia de su autor. Olano pertenece a la estirpe estricta de la contención, tradición flaubertiana preocupada por la desaparición del autor detrás del relato. Es una forma del rigor que también es una elegante detonación de la intriga. ¿Por qué esas omisiones cuando el punto de partida refiere la buena experiencia en el país anfitrión?

Las afirmaciones de Olano ratifican que debió tener una estancia plácida en el exilio quiteño. Con buenos ojos recuerda y vuelve a Quito en 1914, casi treinta años después, esta vez con su propia familia, para cumplir con “la comisión con que me ha honrado el Gobierno de mi patria de nacimiento”. Olano actúa notablemente en su papel de memorialista, dispuesto a silenciar cualquier protagonismo, consciente de que en su perspectiva se cumple, de entrada, el tender puentes con su patria de adopción. Quizá la predisposición favorable de Olano podría despertar una visión sesgada, pero el mismo autor se encarga de dar información suficiente para evitarla, sin dejar de advertir repasos a la situación política e institucional del Ecuador.

Desde la primera página se narra un retorno a los orígenes. Viaja en caballo con su mujer y sus hijos desde Popayán al alto de Piendamó. Observa el trazado de un ferrocarril que habría hecho más plácido su viaje y apunta la promesa de los constructores de que la obra será terminada el 20 de julio de 1915. Luego descienden la cuenca del río Aganche, llegan a Cali y desde la estación de Yumbo van en ferrocarril contemplando el valle interandino, cruzan la cordillera y llegan a Buenaventura, donde tomarán una embarcación para dar alcance al vapor Palena, de la Compañía Sudamericana de Vapores, que no hará escala en el puerto. El futuro desde el que leemos la visión de Olano puede servir para el desencanto de lo no cumplido o la validación de sus expectativas. Pese a que afirma el grado inferior de puerto que tiene Buenaventura, en comparación con Valparaíso, el Callao o Guayaquil, confía en que tendrá un brillante porvenir. Una vez en el vapor bajan por la Costa, lo que le permite hacer un breve recuento del pasado incaico de tierras ecuatorianas, luego entran en el golfo de Guayaquil y llegan a su primera gran parada.

La descripción que hace de Guayaquil no puede ser más elogiosa. Son años bienaventurados en el puerto ecuatoriano. Debido a su vinculación con la prensa, en la que colaboró asiduamente, siendo además fundador de publicaciones como La Paz, en 1905, y Popayán, en 1907, ambos en Colombia, su mirada se detiene en observar lo que ocurre con la prensa ecuatoriana. Señala el papel que tuvieron los hermanos colombianos Juan Antonio y Bartolomé Calvo, como pioneros al fundar el primer diario, Los Andes. Olano proporciona información muy concreta con listas detalladas de los productos que se exportan de Ecuador a través de su puerto. Prosigue hacia Quito su viaje celebrando las carreteras creadas por García Moreno. Describe Riobamba, lamenta no haberse quedado más tiempo en Ambato, la tierra de Juan Montalvo, y cumple al detalle la descripción de los volcanes.

La llegada a Quito lo conmueve. Al día siguiente se lanza a sus calles “El Quito del centro es todavía la hermosa capital de la Colonia”. Lo primero que le sorprende es que no encuentra cambios relevantes en las calles aunque sí identifica prolongaciones y nuevos barrios, edificios de estilo moderno con tres o cuatros pisos, lo que le preocupa por los frecuentes temblores que sacuden a Quito y que, con una media de dos veces cada siglo, se convierten en cataclismos. Recorre barrio a barrio, dando pinceladas que retratan vivamente la ciudad. No le faltan toques de humor donde veladamente se revela que sus propias pulsaciones adolescentes tuvieron allí comienzo. El libro concluye con un capítulo adicional que se refiere a las ascensiones a los picos más altos de los Andes ecuatorianos, sin ninguna alusión más a su viaje ni al retorno a Popayán.

Antonino Olano quizá temía que su vida sería corta. Murió a los 52 años. Su viaje de regreso a Quito a los 43 años junto con su mujer y sus hijos tiene el aspecto de un legado, pero también sirvió para reencontrarse con los fantasmas amables de su pasado. Quito no había cambiado según su perspectiva. Lo más llamativo es la manera abrupta en la que concluye su libro. ¿Es un libro incompleto? ¿Tuvo alguna decepción respecto a su reencuentro que lo haya desanimado? Dispuso de tiempo suficiente para corregir o ampliar la edición de 1915, probablemente publicada a toda prisa en Quito, sin que hubiera ninguna edición colombiana.

Sospecho que hay mucho por descubrir en Olano respecto a estas memorias de elaborado comienzo y enigmático final. Será el papel de los historiadores descifrarlo. O incluso podría ser tarea de novelistas, porque seguirá en secreto, por el momento sin documentos, lo que ocurrió en esos años de formación mientras vivió en Quito.

Dije que todo retorno busca un fantasma.

No sabemos si Olano se encontró. (O)