Hace poco dicté un taller que tuvo como idea central la propuesta del economista Herbert A. Simon, Premio Nobel de Economía en 1978.
Simon introdujo el concepto de satisficing, una mezcla entre “satisfacer” y “suficiente”. Decía que, frente a los problemas complejos y los puntos de vista distintos, no debemos buscar la solución perfecta, sino una que permita avanzar.
En estrategia, me gusta llamarlo el mínimo viable: ese punto donde todos pueden ceder un poco y comenzar a construir.
Pensar los conflictos bajo esta lógica es profundamente práctico.
La historia demuestra que rara vez se resuelven cuando cada parte obtiene todo lo que quiere, sino cuando encuentran un terreno intermedio que permite, al menos, empezar a confiar.
En Gaza, por ejemplo, el reciente cese al fuego mostró eso: el mínimo viable de paz. Israel detuvo los bombardeos; Hamas liberó rehenes; se permitió el ingreso de ayuda humanitaria y se abrió paso a una transición política sin liderazgo terrorista. Ninguna parte alcanzó su ideal, pero ambas dieron el primer paso hacia un escenario de paz. Guardo un profundo aprecio por el pueblo israelita: gente valiosa que ha dado mucho al mundo y merecía la paz y la recuperación de sus secuestrados. Fue un primer paso, y el camino estratégico que decidan los llevará, ojalá, a una solución definitiva.
Los sucesos recientes en Israel trajeron a mi mente a Eliyahu Goldratt, creador de la Teoría de Restricciones. Compartí con él un evento en Bnei Atarot, donde explicaba que en cualquier sistema –un país, un sector o una empresa– siempre existe un cuello de botella que determina el ritmo del progreso. La clave es enfocarse en la restricción principal y liberarla: remover lo imprescindible para que todo vuelva a fluir.
Eso es el satisficing: elegir lo suficiente para seguir adelante, no lo perfecto que bloquea la acción.
También ocurre en el mundo de los negocios.
Los líderes que esperan condiciones ideales antes de decidir, rara vez deciden. En cambio, quienes identifican su mínimo viable logran lanzar productos, abrir mercados, ejecutar estrategias o conducir procesos de cambio que luego se perfeccionan en el camino.
Toda estrategia exige reconocer límites. Lo que Simon llamó racionalidad limitada: el tiempo, la información, las emociones y el poder, que casi nunca se tienen completos. Por eso, pretender una solución total en medio de tanta incertidumbre solo prolonga la parálisis.
El mínimo viable es una propuesta vigente y profundamente relevante en el mundo de hoy.
En los negocios, en la economía, en la política y en la vida cotidiana, cuando lo perfecto se interpone, nadie avanza y todos perdemos.
Por ello, no perdamos de vista que toda estrategia debe crear posibilidades. Y esas posibilidades comienzan buscando, con humildad y sensatez, ese mínimo viable que nos permite seguir avanzando. (O)










