Esta frase, su significado y su utilización en foros informales y formales, se relaciona con la búsqueda de posiciones, personales o grupales, que evitan la radicalización con el fin de alcanzar sostenibilidad y proyección. Aristóteles formula este concepto en su obra Ética a Nicómaco, cuando explica que la virtud es el equilibrio de nuestras acciones y emociones.

Todos misioneros

La ponderación a la que se refería el pensador griego y la que podemos analizar nosotros, una que tenga como objetivo el mantenimiento de ciertas condiciones para que todo continúe funcionando aceptablemente, es el resultado del ejercicio de ciertas capacidades que intervienen en la toma de decisiones: prudencia, tolerancia, templanza, justicia, sentido del bien común, solidaridad y otras que son rasgos de carácter que entran en juego cuando se trata de encontrar el justo medio en una u otra situación.

En política, la pretensión de equilibrio o búsqueda del justo medio tiene validez de axioma en muchas ocasiones, sobre todo cuando se trata de mantener un determinado estado de cosas. También es posible dejar de lado la búsqueda del justo medio y tomar decisiones que lo superen, cuando se considera que ese es el camino para enfrentar y resolver situaciones extremas. Tanto en la opción de búsqueda del mantenimiento del equilibrio de las cosas como en la de adopción de posiciones radicales, en política, lo que está siempre en juego es el ejercicio del poder.

El señuelo del poder

La exigencia, a ultranza, de conductas irreprochables moralmente, en la gestión gubernamental, puede ser la causa, precisamente, de la pérdida del poder que se defiende y cuida, porque significaría desconsiderar realidades humanas, propias y ajenas, relacionadas con la veleidad y la precariedad en tantas situaciones de la vida. La exigencia de una ética intachable a todos los individuos y grupos sociales significaría la tentativa de imposición de una forma de ser moral que, si bien tiene todo el valor discursivo, es contradicha permanentemente en la cotidianidad social. No me refiero a conductas criminales, que no pueden ser aceptadas en ningún caso. Me refiero a comportamientos traicioneros, hipócritas o francamente falsos y oportunistas, que son tan comunes en todos los ámbitos de la convivencia social y, por supuesto, en el de la política.

Igualmente, y en la orilla opuesta, la aceptación sin cuestionamientos de conductas éticamente perversas en el ámbito de la política y de la vida en general puede ser la razón de la caída y destrucción. La historia está llena de casos de sociedades o individuos que se han extinguido por la vigencia del desparpajo y del quemeimportismo que se han impuesto a las virtudes en la vida en sociedad.

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El justo medio, entonces, es una alternativa pragmática, porque sin dejar de reconocer el valor de la pulcritud y la decencia admite –porque es inevitable– la existencia de la artimaña y la manipulación, convive con ellas con la intención de neutralizarlas y superarlas. También, la construcción del justo medio, como estrategia, asume que la antivirtud es inviable, y que los principios morales tienen un peso irrefutable porque son los orientadores sempiternos de la conducta humana. (O)