“L’enfer, c’est les autres” es la emblemática frase de Garcin, personaje de la obra de teatro A puerta cerrada de Jean Paul Sartre estrenada en 1944. Con ella parece ilustrar que el infierno lo vivimos todos, que no es un espacio en llamas sino una manifestación de la propia angustia existencial al ser mirados y evaluados por otros. Un malestar propio en el intento de escapar de la imagen y juicios ajenos.
En la obra de Sartre, un periodista desertor, una mujer lesbiana y otra cazafortunas conviven a puerta cerrada. El guion devela sus historias calificadas por los demás en forma desalmada. Inés expresa: “No hay tortura física, ¿verdad? Y sin embargo estamos en el infierno. Y no ha de venir nadie. Nos quedaremos hasta el fin solos y juntos. (…) el verdugo es cada uno para los otros dos”. Garcin responde: “Mientras cada uno de nosotros no haya confesado por qué lo han condenado, no sabremos nada. Tú, rubia, empieza (…). Dinos por qué: tu franqueza puede evitar catástrofes; cuando conozcamos nuestros monstruos”.
Garcin, Inés y Esther desean huir de la mirada entre sí, pero no es posible. Están muertos y la muerte conserva lo mirado y percibido por otros en vida: el suicidio al que Inés arrastró a un hombre; el infanticidio cometido por Esther; el maltrato de Garcin a su esposa “que tiene vocación de martirio”. Al final, todos confesos, Garcin concluye: “Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído... ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la parrilla... ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de parrillas; el infierno son los demás”.
Es solo asumiendo nuestros propios demonios como sujetos que podemos soportar la mirada de otros. Ese proceso es distinto en cada uno; el instante de ver, el tiempo para comprender y el momento de concluir son tiempos lógicos, no cronológicos, sostiene J. Lacan. Y a pesar de los tropiezos en la comunicación intersubjetiva es existiendo que podemos elegir cómo cohabitar el mundo lo mejor posible.
Mientras leía a Sartre pensé en una reciente columna de Xavier Gomá en El Mundo. ‘¿Cómo te gustaría ser recordado?’ se titulaba. En ella comenta que Shakespeare, en sus sonetos, dolido por el poder destructivo del tiempo, halla un par de ardides para burlarlo: procrear hijos y el arte de efectos para la inmortalidad. Pero observa que el maestro olvidó un tercer punto: la imagen de vida que dejamos al morir en la memoria de otros, ya que nadie puede privarnos de adoptar una imagen digna y ejemplar.
Varios acontecimientos políticos ocurrirán en el país próximamente, algunos programados, otros intrusivos. Forzados a las confrontaciones de la micropolítica nuestra mejor opción será el diálogo, reconociendo que construir el porvenir del Ecuador debe partir del asentamiento de principios ordenadores universales, no de un plan de desarrollo. Que configurar su nuevo semblante, rompiendo la inercia de los tiempos rotos, requiere ética y compromiso personal. Que pensar en cómo queremos que los acontecimientos históricos sean recordados implica bordear sus vacíos ilusamente llenados con decisiones políticas presentadas como soluciones definitivas y absolutas. (O)