La coreografía militar, la exhibición de aviones, cohetes y otros instrumentos bélicos, sumado a la reunión de más de 20 jefes de estado de distintas partes del mundo en el encuentro de la Organización de Cooperación de Shanghái, ilustran el momento de realineamiento del poder internacional, así como las reacciones globales frente a China y los EE. UU. en el escenario global.

El mensaje propuesto por el presidente Xi Jinping al mundo es que, ante la incertidumbre económica generada desde Washington, China, que ya es un líder mundial, puede convertirse en la fuente de estabilidad universal. Las guerras comerciales lanzadas por Washington han afectado sobre todo a los países afines políticamente. Estados Unidos ha impactado negativamente la percepción de sus aliados y ha alterado la tradición de su política exterior que, al menos en la última década, se concentró en el intento de contención a China.

Bienvenido, Marco Rubio

En esa lógica, la de sostener su primacía mundial, el sentido común diría que una potencia, en rivalidad con otras, haría esfuerzos por cohesionar sus alianzas y ganar nuevas adhesiones, pero lo que ha ocurrido es un rosario de humillaciones y distanciamientos con el conjunto de economías más cercanas e importantes para Estados Unidos: las europeas y las del Pacífico asiático, que han sido asediadas por aranceles e incluso presiones que interpelan sus necesidades básicas de defensa y sobrevivencia. Lloviendo sobre mojado, el golpe económico a India enajena a la única potencia emergente en el Asia que podía competir en el futuro previsible con Pekín. Si en la Casa Blanca se pensó que eso no tendría consecuencias inmediatas y de largo plazo, el error fue mayúsculo.

En América Latina la rivalidad entre Estados Unidos y China es indiscutible. Mientras Washington comercia un monto de 420 mil millones de dólares anuales, China intercambia 485 mil millones. Sudamérica tiene a la potencia asiática como su primer socio, y si se desagregase México de la contabilidad, en realidad, sería todo el subcontinente. Estructuralmente el intercambio es parecido, materias primas, minerales y bienes energéticos salen de la región a cambio de manufacturas con componentes tecnológicos en ambos casos. Sin embargo, el hecho importante en términos políticos, es que América Latina no puede prescindir de su relación con China y que las capacidades de los Estados Unidos para neutralizar esa competencia no son suficientes.

¿Refugiados o deportados?

EE. UU. no pueden reemplazar los mercados de la potencia asiática, menos aún si la aproximación es la de espantar a los países con cargas a sus exportaciones. Las economías de América Latina perfilan el comportamiento político de sus gobiernos que tienen que cubrir sueldos, asegurar servicios y generar infraestructura si quieren sobrevivir electoralmente. Los Estados de la región oscilarán alineándose entre una u otra influencia, dependiendo de los temas y de sus propias necesidades. No pueden evitarlo. Por ello, las expectativas de Marco Rubio de hacer activismo para alejar a China de aquellos países que mira como sus aliados, son ilusorias. Un sueño inalcanzable en estos momentos. (O)