Guayaquil es una suma de historia, lugares, colores, olores, sabores y personas.

Así como el caldo de salchicha de Llulán es inimaginable sin el “Doctor” que corta las salchichas con su afilado cuchillo y las calles del centro sin el recordado Rey de la Galleta, la historia de Guayaquil y la vida de sus habitantes no puede estar completa sin evocar el béisbol.

Sí, el que trajo don George Capwell hace ya más de un siglo desde su natal Nueva York, que comenzó en el estadio de fútbol que hoy lleva su nombre, y luego se extendió al Yeyo Úraga y a inicio de los setenta a la Liga Infantil de Béisbol de Miraflores, en el norte de la ciudad.

Tuve el honor de dirigir por siete años la Liga Miraflores, conjuntamente con Gustavo Manrique Miranda. Maravillosa aventura a la que fuimos convocados por el entonces alcalde de la ciudad, Jaime Nebot Saadi.

Para ese entonces (2014) ya éramos permanentes abonados a la Liga; en mi caso, yo había vuelto luego de casi treinta años, para acompañar a mis hijos que jugaban en el equipo de su colegio.

Desde el día 1 tuvimos el emotivo apoyo de un personaje sin el cual no es posible evocar nuestra querida liga de béisbol: el querido ManiCERO, Juanito Maridueña, quien junto con otros tantos íconos de la Liga y del béisbol de Guayaquil amalgaman el ambiente familiar, fraterno y muy especial del béisbol infantil y juvenil de la ciudad.

Hago referencia a ese ambiente, porque esos personajes tan queridos por la familia del béisbol porteño le dan una vibra muy especial y familiar a la comunidad pelotera que semana tras semana se junta para jugar su amado deporte.

No era extraño ver al ManiCERO impidiendo que un niño salga del complejo, poniendo el hombro al momento de limpiar la cancha o ayudando a controlar el ingreso en días especiales de gran concurrencia. Todo voluntario, todo sin que nadie se lo pida.

La Liga era su segundo hogar y nos lo hacía sentir así siempre.

Todo el que entraba a la Liga, tarde o temprano sucumbía ante el balde con maní y harto limón del ManiCERO, para luego volverlo un hábito casi reflejo; una tradición beisbolera porteña.

Hace algún tiempo supimos que Juanito estaba enfermo. Todos quienes pudimos le dimos una mano para que pudiera sobrellevar tan devastadora enfermedad, que jamás le impidió estar primero que nadie en la Liga con su tradicional balde de maní y al grito de Ceeero, anunciar su llegada. El pasado diciembre lo pude abrazar con motivo de un pequeño evento navideño con la familia de la Liga. Me estremeció verlo sonriente pese a estar notablemente reducido debido al avance de la enfermedad. Abogado, ¿cuándo vuelve?, me dijo. Le respondí: Yo siempre estoy, Cero. Tú me llamas y estoy.

No era jugador de béisbol; no era umpire, anotador, coach, dirigente ni padre de familia. Pero la historia contemporánea del béisbol guayaquileño no se entiende sin Juanito Maridueña.

Desde esta columna rindo homenaje póstumo al querido Manicero del béisbol guayaquileño.

Descansa en paz. (O)