En las últimas dos semanas Estados Unidos y China emitieron documentos en donde establecen sus intereses estratégicos hacia Latinoamérica. Ambas potencias se proyectan hacia la región, pero sus aproximaciones difieren en cómo se la imaginan. Mientras que para Washington las sociedades al sur del Río Grande se conciben como integrantes de un territorio contiguo y prolongado del suyo propio; para Pekín, América Latina comparte con China una identidad común: ser parte del Sur Global.
Los Estados Unidos reviven la doctrina Monroe, que fuera declarada obsoleta por los últimos gobiernos demócratas. Ese credo, imaginado en la segunda década del siglo XIX, postula que es interés estratégico de la potencia preservar el Hemisferio Occidental de presencias extranjeras. A principios del siglo XX, Teodoro Roosevelt le añade un corolario en el que Washington se atribuía el derecho de intervención para obligar a los países del hemisferio a cumplir sus obligaciones; Trump le añade un segundo corolario planteando que defenderán su acceso a todas las geografías de la región y negarán a los competidores extrahemisféricos la capacidad para posicionar fuerzas o controlar recursos vitales y estratégicos.
El documento chino hacia Latinoamérica caracteriza su conducta como el de una potencia que avanza de la mano con la región en una comunidad levantada sobre la igualdad y el beneficio mutuo, vigorizada por la apertura e inclusión y dedicada al bienestar de la gente. Los Estados Unidos, por su parte, conciben como meta para sus socios de la región el construir economías domésticas fuertes, atractivas para el comercio y la inversión.
Para los EE. UU., los temas de su estrategia hacia América Latina giran en torno a su visión de la seguridad global y construyen el conjunto del territorio de esta mitad del mundo como una zona de influencia exclusiva. Esos tópicos, los de seguridad, están presentes también en la estrategia China que enfatiza la idea de que la región es una zona de paz dentro de su visión global de seguridad, y añade como temas de su agenda la propuesta de intercambios militares, cooperación en el terreno judicial y de cumplimiento de la ley, cooperación contra la corrupción, ciber seguridad y políticas de no proliferación de armamentos.
Las dos estrategias imaginan un mundo en el que ambas naciones se encuentran en competencia e integran a América Latina en esa visión. Más allá de la retórica amenazante o benigna que se encuentra en ellas, hay al menos una idea que puede cuestionarse en nuestras sociedades: la inclusión de estos territorios como parte de la filiación de los grandes poderes invisibiliza nuestra capacidad de agencia, de acción, porque en la imagen se nos integra a su propia identidad. Hemisferio Occidental o Sur Global para el caso son conceptos usados de modo que el lenguaje nos representa como iguales a ellos, y no lo somos. Hay asimetrías de poder y urgencias muy distintas. Tenemos necesidades y afinidades eventualmente compatibles con ambos, y hay también alineamientos ocasionales y distancias. Somos otra realidad: diversa, compleja, conflictiva, pero definitivamente otra. (O)









