En lugar de simplemente desaparecer y caer en el silencio después de varios años publicando semanalmente mi columna en EL UNIVERSO, he creído conveniente un último artículo para despedirme de los lectores. Lo hago por respeto al periodismo de opinión y a quienes han seguido generosamente esta columna. Nuevas obligaciones en el campo académico limitan hoy mi independencia y autonomía para poder expresar sin temor y restricciones lo que pienso y opino sobre el devenir del país, en su búsqueda permanente por encontrar mejores formas de convivencia entre todos. Me veo restringido porque mis opiniones pueden comprometer a la institución para la que trabajo y con la cual he asumido responsabilidades de dirección.

Me han sugerido ajustarme a las nuevas condiciones: ser más analítico, mirar los acontecimientos con mayor distancia y frialdad, alejarme de la coyuntura política nacional, de sus avatares, dramas y personajes, y volcarme hacia temas menos comprometedores. Todos los intentos por ajustarme a las recomendaciones han fracasado. Me cuesta mucho encontrar un lenguaje ajustado a las nuevas exigencias. Unos cuantos artículos incluso terminaron en el tacho de basura sin hallar el tono adecuado.

La conclusión de esa imposibilidad me resulta bastante clara: ningún espacio de expresión funciona sin la autonomía y la independencia desde las cuales se puede pensar y mantener un punto de vista. A la vez, depende de cómo se entienda el periodismo de opinión. Desde este pequeño espacio semanal, se lo ha entendido como una inserción crítica en el desarrollo de los acontecimientos sobre los cuales se quería plantear y sostener una perspectiva. Este ejercicio ha constituido, sin duda, una forma de hacer política: entrar al juego de fuerzas que define la dinámica y el desenlace de los acontecimientos. El periodismo de opinión busca incidir en el curso de los hechos, empujarlos en una cierta dirección con la fuerza y la transparencia de un punto de vista. Tomar una postura entre las muchas que se encuentran en juego, argumentarla, defenderla, polemizar y cuestionar.

Detrás del punto de vista siempre se desliza la manera de entender la política y los fines que busca. En la política se juega el destino colectivo de la sociedad, nuestras formas de convivencia, de organizar el Estado, de distribuir el poder, de conducir y gobernar, de usar la fuerza, de reconocer derechos y libertades, de visualizar un horizonte de bienestar general. Desde una perspectiva democrática, la política debe jugarse en un espacio público expuesto a la transparencia y a la deliberación. Todo lugar de opinión se inscribe en ese desafío: volver pública la política, sacarla de sus encierros, apropiarse de ella como un campo de los ciudadanos.

Contar con un espacio donde semana a semana se puede expresar lo que indigna, incomoda, lo que se considera injusto o simples juegos inaceptables de manipulación del poder para generar y reproducir privilegios, resulta invalorable. Durante casi cuatro años intenté que este pequeño espacio fuera un lugar de lucha sin otras armas que la palabra y el punto de vista. Ustedes sabrán juzgar lo actuado. (O)