Según Platón, el gobierno democrático era el más nocivo, resultado de degeneraciones políticas y corruptelas atentatorias contra la virtud y la moral, al abrir su abanico a muchos bandos y visiones obcecadas y sectarias. Ante un barco hundiéndose recomendaba designar al experto a bordo, en vez de nombrar al más votado para luego descubrir su capacidad o ineptitud. El éxito del Estado radica en tener ciudadanos virtuosos, justos, intachables, capaces de gobernar sin afanes mezquinos; la democracia conspiraba contra aquello, decía él.

Nuestra democracia no ha podido consolidarse desde su restauración en 1979. Alternan partidos; se establecen nuevas constituciones, leyes; se amplía el padrón electoral permitiendo el voto a militares, policías y jóvenes desde los 16 años; se otorgan derechos civiles a pueblos y nacionalidades; derechos laborales sin distinción de etnia o género, entre otras medidas positivas; pero no se la ve fortalecida, sino débil, reducida a un ring político-electoral. Ejecutivo y Legislativo no impulsaron acuerdos para buscar solución al desempleo, la desigualdad, la salud, la inseguridad. Dos años en disputas infructuosas que perjudican a un pueblo cada vez más empobrecido. El juicio político y la muerte cruzada son el corolario de una democracia mal entendida y mal aplicada, en un Estado “secuestrado” por la corrupción.

El Gobierno se siente ganador al mandar a la casa a los asambleístas. Ellos también, por acortar el mandato presidencial...

El Gobierno se siente ganador al mandar a la casa a los asambleístas. Ellos también, por acortar el mandato presidencial y obligar a elecciones anticipadas amparados en la Constitución. Aristóteles consideraba la constitución como un orden que determina quién gobierna y cómo se gobierna. La nuestra permite a los protagonistas de esta trama volver a postular: ¿para qué?, ¿más alianzas por intereses mezquinos, repartos, componendas, chantajes, en esa desvirtuada forma de hacer política?, salvo pocas excepciones. También admite la figura de la muerte cruzada en medio de un juicio político; artículos que deben ser reformados. El presidente Guillermo Lasso, víctima de errores propios y ajenos, terminó en un laberinto angustioso y decretó la disolución de la Asamblea para evitar una salida deshonrosa. Puede pilotar la “nave” seis meses, tiempo mayor a los 100 minutos prometidos para arreglar el país. Esperemos que ajuste sus discursos a la realidad nacional y sus decretos leyes no afecten más a los sectores populares.

Pese a sus deficiencias, la democracia es la forma de gobierno más justa. Perfeccionarla requiere cumplir con la independencia de poderes; depurar constantemente las instituciones; promover la educación y capacitación permanente de los ciudadanos; tener una constitución clara e inviolable; desechar toda demagogia; fortalecer el tejido social para impulsar el desarrollo nacional. En las elecciones venideras, el pueblo debe oxigenar la democracia con sangre nueva. Urge una política distinta; ciudadanos probos, comprometidos, amantes del servicio público, no del lucro. “A quien le guste mucho el dinero que se dedique a la industria o el comercio, no a la política”, aconseja el expresidente Pepe Mujica. Ojalá lo entiendan los próximos candidatos. (O)