Papá y el tío estudiaron en Quito sus carreras universitarias, que vivían en unos cuartos en el zaguán de lo que hoy conocemos como la Casa de Benalcázar, en la calle Mejía, me contaba. Que estudiaban sin parar, como se decía en mi tiempo, nos quemábamos las pestañas, me contaba. Iban a Latacunga unas cuatro veces al año, pero ni bien llegaban las fiestas, las reuniones, los amigos y los tragos estaban a la orden del día. Mi abuela, preocupada por tanta farra, una noche los esperó despierta y cuando entraron chumados y medio agazapados, les contó una tétrica historia familiar que al oírla obró en mí el mismo efecto de la Mariangula o el Cura sin cabeza. Tal vez nos la contó porque era verdad, tal vez por asustarnos, tal vez porque mamá ya no vio otra salida, me contaba.

La leyenda familiar hablaba de una mujer guapa, inteligente y solterona con fortuna: la tátara tátara tátara tía Adela González de Varea. Hija del dueño originario de la hacienda que heredarían las siguientes generaciones y adicta a las bebidas espirituosas. Su taita, un viudo viejo y neurótico se dio cuenta de que el huasicama de turno cebaba el vicio de su hija; y, de que ella iba dilapidando su fortuna en trago: entregaba caballos, joyas, propiedades a cambio de pomas de licor de caña: puntas, porque ya había perdido el gusto por un buen cognac, una mistela o un oporto.

Entonces, una noche esperó despierto a que el huasicama llegara escondiendo bajo su poncho la poma de vidrio. El taita la encaró, ella intentó negarlo, intentó justificarlo, intentó defenderse, pero él, furioso, dio un golpe sobre el poncho del indio y la poma fue a dar a las piedras del patio hecha añicos. Adela temblaba con los pies encharcados en trago, astillas de vidrio se le clavaron en las canillas desnudas, mientras su padre la maldecía: Tú y toda tu gente morirán alcohólicos.

Contaba papá que mi abuela remató la historia alertándolos: Cuídense, hijitos, que a ustedes de ambos lados les viene. Por suerte la maldición no se ha cumplido a cabalidad y si bien adoro la cerveza y el tequila soy la auténtica “buche y pluma” que no pasa de uno o dos y cada nunca. Pero la leyenda familiar me lleva directo a nuestros políticos a quienes estoy segura algún tátara, tátara, tátara padre de la patria maldijo: Siempre serán pluralistas, no tendrán inconveniente en estar en cualquier lista. Y se cumple a rajatabla.

Los políticos de uno y otro partido, movimiento o ideología, sin una pizca de dignidad “sirven” a los unos o a los otros; sin una gotita de sangre en la cara, aceptan cargos y asesorías de los unos o de los otros; sin cubrir siquiera con un poncho, sacan a pasear su ambición con total descaro. Poco les importa el país, dejan ver con claridad que entendieron todo al revés: creen que la política es servirse del país y no servir al país.

Somos los ecuatorianos quienes debemos estar alertas ante las componendas, cuidarnos siendo mejores ciudadanos, unirnos en un solo país, hermanarnos porque de los políticos poco se puede esperar, son casi todos impresentables; y, recordemos que ¡de ambos lados nos vienen! (O)