Desde hace algún tiempo a esta parte, los Gobiernos han hecho costumbre de otorgar condecoraciones al mérito a todos los ministros del gabinete por el solo hecho de haber desempeñado un cargo de ese nivel, sin acreditar el mérito por el que se les concede ese honor y aun si están acusados o sindicados; en el pasado no era así, y solo se las concedía a personas nacionales o extranjeras, con funciones públicas o sin ellas, por el mérito de haber prestado servicios relevantes al Ecuador.

Los Gobiernos últimos han adoptado esta costumbre al término de sus funciones, con lo que han devaluado las condecoraciones al mérito.

Stefan Zweig dice que el cargo es según la persona que lo desempeña; no es, pues, al revés, en que las personas designadas para un alto cargo están orgullosas y se pavonean por haber sido ministros o algo así, aunque la ciudadanía no encuentre mérito en su desempeño, y lucen sus condecoraciones en sus casas u oficinas. (Anoto, al paso, que yo me excusé, en ocasión así, de aceptarla. Las condecoraciones no se otorgan en masa, en manada). Ojalá el actual Gobierno que terminará su función en breve no incurra en esta práctica y se valorice nuevamente a las condecoraciones al mérito. Así ocurrió en nuestro pasado republicano y así ocurre en los países con tradiciones. El mérito es individual y lo reconoce el tiempo.

Anecdóticamente recordaré que, cuando el ilustre presidente de Francia, general Charles de Gaulle, recorriendo América Latina visitó el Ecuador en 1964, gobernaba una junta militar de cuatro generales; el Gobierno de Francia, siguiendo su tradición, otorgó una condecoración de la más alta clase, un Gran Collar de la Legión de Honor, a quien presidía la junta; la Cancillería de ese entonces, para quedar bien con los cuatro generales, solicitó a Francia conceder cuatro condecoraciones; el país galo lo hizo, pero ya no en el grado de Gran Cruz, sino solamente en el de Gran Oficial. Aquí, en nuestro país, esto fue motivo de mofa; circularon picantes comentarios que llevaron a los generales a devolver estas condecoraciones consideradas de segunda. Esto traigo a colación para señalar que los países de tradición milenaria no reparten condecoraciones como hojas sueltas.

Las condecoraciones tampoco deben servir como muestras de agradecimiento a personeros de otras funciones del Estado. Hace unos años, el Gobierno condecoró, al término de un proceso electoral, al presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE). Los jueces, al igual que la mujer del César, no solo deben ser sino parecer honestos; los jueces deben ser y parecer imparciales.

Ahora, cuando el CNE declara la nulidad de las elecciones en el exterior porque ellos mismos (con una excepción) las han organizado mal, y disponen que las de legisladores tengan lugar en la misma fecha de la segunda vuelta presidencial, cuando ya se conocen los resultados de la primera –y esto es ratificado por el Tribunal Contencioso Electoral–, uno deduce que estos jueces electorales no siguen la sentencia del César sobre la honestidad de las mujeres, de ser y parecer. (O)