Ecuador vive tiempos de incertidumbre. Las crisis se han encadenado como eslabones de una historia inconclusa: crisis económica, crisis política, crisis de seguridad, y, en el fondo, una profunda crisis de confianza. En medio de esta complejidad, surge una pregunta inevitable: ¿qué necesita realmente el Ecuador para salir adelante? La respuesta no puede limitarse a reformas aisladas o discursos de ocasión. Requiere una visión integral, un nuevo pacto nacional que nos permita reconstruir el país desde sus cimientos: su gente, su producción, su institucionalidad y su ética. Durante décadas, el Ecuador ha intentado resolver sus problemas mediante parches momentáneos, creando políticas públicas sin continuidad, se ha rotado de modelo en modelo sin una planificación de largo plazo, y se ha improvisado frente a los desafíos más serios. El resultado es evidente: pobreza estructural, informalidad laboral creciente, migración forzada, violencia sin precedentes y una generación joven que crece entre el escepticismo y desesperanza.
Uno de los pilares fundamentales para salir adelante es la educación. No se trata solo de mejorar la infraestructura escolar o aumentar las horas de clase, sino de garantizar una formación de calidad que prepare a las nuevas generaciones para los desafíos del siglo XXI. Ecuador necesita una revolución educativa que priorice la innovación, el pensamiento crítico, la ciencia y la tecnología. La educación debe convertirse en una política de Estado, intocable por los vaivenes políticos y sostenida en el tiempo con recursos, formación docente y compromiso nacional. Junto con la educación, el empleo digno y sostenible debe ser otra prioridad ineludible. La informalidad alcanza hoy a más del 50 % de la población económicamente activa. Esto no solo representa una falla del mercado laboral, sino un reflejo de un sistema económico que no genera suficientes oportunidades. El país necesita fomentar la producción nacional, apoyar al pequeño y mediano empresario, facilitar el acceso al crédito productivo y modernizar el aparato productivo sin descuidar lo social ni lo ambiental. La agricultura, la industria, el turismo, la tecnología y la economía del conocimiento deben ser motores de una transformación económica que ya no puede esperar.
Otro factor clave es la equidad territorial. Las provincias, cantones y parroquias deben ser parte activa de la solución, con autonomía, recursos y planificación propia. Es momento de construir un país en el que todos los territorios tengan oportunidades, sin importar su geografía ni su historia. La planificación territorial y la inversión descentralizada son condiciones necesarias para un desarrollo equilibrado y sostenible. Finalmente, todo esto debe sostenerse en una nueva cultura ciudadana. Un país no se transforma solo desde el Estado; también desde la calle, desde la familia, desde la escuela. La ciudadanía debe recuperar su rol protagónico, asumir su responsabilidad y exigir un país diferente. Ecuador necesita una sociedad civil activa, una juventud comprometida, una comunidad que no se conforme con sobrevivir, sino que aspire a construir. (O)