Dios, suerte, destino o como decidamos denominarlo, las personas sabemos que no todo lo que nos sucede está dentro del control humano. Nos referimos por ‘suerte’ a aquella secuencia de sucesos inevitables que se desencadenan producto de una casualidad, que en ciertos casos resultan ser fortuitos y en otros adversos. Naturalmente, los que atribuyen los sucesos inesperados a la suerte, interpretan dichos acontecimientos como un resultado de su buena suerte o, por lo contrario, mala fortuna.

...el ‘suertudo’ aseguró haber tenido un día increíble y el ‘salado’ dijo que tuvo un día para nada especial.

Los emprendedores, personas que huimos del status quo y que desarrollamos iniciativas motivadas por el ánimo de forjar nuestro propio destino, salimos continuamente de nuestra zona de confort; cambiamos de rumbo cuantas veces sea necesario para ver cada experiencia como una oportunidad de evolución. En parte, así lo describió el Ph. D. Christian Busch, director de la Facultad del Programa de Economía Global de la Universidad de Nueva York, también miembro de la red de expertos del Foro Económico Mundial, a la que pertenezco.

Durante la charla que nos dirigió a los becarios del programa Jóvenes Líderes de las Américas del Departamento de Estado de los Estados Unidos –que convoca una selecta delegación de líderes emergentes de todos los países del continente americano y el Caribe– Busch nos habló de varios casos de éxito producto de eventos inesperados y uno particularmente llamó mi atención. Busch nos habló de un experimento que nos haría cuestionar lo que interpretamos como buena o mala suerte.

El experimento consistió en hacer un breve seguimiento en el día de una persona que se identificaba con tener ‘buena suerte’ y otra persona que aseguraba tener ‘mala suerte’. A ambos se les dio la misma orden: ir a una cafetería específica. Los participantes desconocían que se les iba a vigilar en un escenario armado con las mismas circunstancias para ambos, que incluían: dinero en el camino y una oportunidad de negocio con un desconocido en la cafetería. La persona que indicó tener ‘buena suerte’ logró ver y tomar el dinero caído, compró su café y se sentó a lado de un destacado profesional que al conocerlo representaría una importante oportunidad de negociación. La persona que aseguró tener ‘mala suerte’ pasó encima del dinero sin verlo, compró su café, se sentó a lado del potencial inversionista y no se preocupó por interactuar con él. Al día siguiente ambos fueron entrevistados nuevamente, les preguntaron por su día, el ‘suertudo’ aseguró haber tenido un día increíble y el ‘salado’ dijo que tuvo un día para nada especial.

La enseñanza es que lo que nos hace prósperos, exitosos o ‘beneficiarios de la buena fortuna’, es verdaderamente producto de: (a) saber aprovechar las oportunidades que otras personas en la misma situación pasaron por alto, (b) dominar nuestros miedos para tomar iniciativa de construir algo desde cero (como una buena relación empresarial), (c) realzar nuestras virtudes y fortalezas con seguridad para enfrentar los desafíos de lo inesperado, y finalmente, (d) reconocer que lo que logramos bien habido no es por casualidad, no es ‘pura suerte’, ni ‘viveza criolla’, es capacidad, es talento bien dirigido. (O)