En la antigua Grecia, Damocles era un cortesano que admiraba y envidiaba la vida del rey Dionisio. Un día, harto de escuchar sus halagos, Dionisio decidió darle una lección. Lo invitó a ocupar su trono por un día. Lo rodeó de banquetes, música, perfumes y adulaciones. Damocles, encantado, creyó por fin experimentar lo que significa vivir con todo a favor… hasta que levantó la vista.
Sobre la cabeza pendía una espada afilada, sostenida apenas por un delgado hilo de crin de caballo. Bastaba un leve movimiento para que el hilo se rompiera y la espada cayera. En ese instante Damocles comprendió que el poder y la prosperidad no son un lugar seguro: siempre están acompañados de una amenaza que puede caer en cualquier momento.
Esa imagen resulta muy actual cuando pensamos en las reformas estructurales que necesita Ecuador y en cómo las empresas gestionan el cambio. Cada vez que un gobierno intenta corregir distorsiones –ajustar el precio del diésel, ordenar subsidios, abrir mercados o exigir eficiencia al Estado– aparece sobre la cabeza una espada: los sectores que se benefician del statu quo y que ante la sola posibilidad de perder privilegios, amenazan con hacer caer todo el sistema.
En el caso del diésel, la discusión va mucho más allá de un precio. Décadas de subsidios han distorsionado la logística, el transporte y la competitividad. Mantenerlos significa seguir drenando recursos públicos que podrían invertirse en infraestructura, educación o seguridad. Pero cada vez que se plantea un ajuste, la espada aparece: paros, bloqueos, amenazas de caos. El resultado: gobiernos que retroceden y reformas que se aplazan.
La espada de Damocles no es solo política; es también cultural y empresarial. He comprobado que este temor también condiciona cómo las empresas gestionan el cambio.
Como país hemos aprendido a evitar el dolor inmediato sin pensar en el futuro. Queremos combustible barato hoy aunque comprometa las finanzas públicas y la inversión de mañana. Queremos un Estado grande que proteja sectores ineficientes, aunque eso nos haga menos competitivos. Queremos estabilidad de precios sin aceptar que el mundo cambia y exige ajustes.
Cada vez que cedemos al miedo de la reacción inmediata, la cuerda se adelgaza. Y el riesgo de un colapso mayor –financiero, económico, social– crece.
El reto estratégico para Ecuador es cambiar la conversación. Las reformas no son castigos; son pasos para ser sostenibles y competitivos. Requieren planificación, diálogo y compensaciones inteligentes, pero no pueden seguir postergándose. No hacerlo es seguir sentados bajo la espada, esperando a que caiga.
Como estratega y consejero de líderes empresariales he aprendido que los grandes avances no llegan cuando todo es cómodo, sino cuando alguien decide enfrentar las resistencias con visión y preparación. Esa es la invitación que necesitamos hoy: no quedarnos paralizados bajo la espada, sino movernos con decisión. El futuro no se construye evitando incomodidades, sino enfrentándolas con estrategia y propósito. (O)