Cacotopía viene del griego kakos, que significa malo y topía, lugar. Es un lugar malo, una contraposición de la utopía, que se entiende como una fantasía sobre una sociedad feliz perfectamente organizada. Casi siempre cuando se pretende construir una utopía, se termina haciendo una cacotopía, porque no se puede crear la felicidad con un manual. A veces lo que se consigue son desastres sangrientos, como ocurrió con la utopía marxista. Pero siempre habrá porfiados utopistas, que contra la evidencia histórica pretenden llevar a la realidad sus desvaríos. Soberbios y desconfiados creen que la humanidad está formada por mentecatos inclinados al crimen, a los que hay que constreñir mediante su manual de felicidad y hacerles el bien a la fuerza. Hay varios grados de utopistas: los soñadores, que se conforman con hacer castillos en el aire; los evangelistas, que promueven con gran dinamismo su alucinación; y los activistas, que tratan de convertirlas en realidad. Cuando hay circunstancias apropiadas, todos ellos se lanzan a construir con gran entusiasmo una quimera.

La epidemia de coronavirus ha sido su gran oportunidad. Las personas de mentalidad utopista, controladores, poseedores de la verdad, impositivos, legalistas, paternalistas, están felices. A pretexto de la pandemia han podido controlar la movilización de las personas, el atuendo que llevan, lo que beben, lo que fuman, lo que besan, la manera de saludar... ha habido una intromisión nunca antes vista en el ambiente privado. La República de Covidia es una cacotopía gobernada por un régimen de facto controlado por una amalgama de burócratas, académicos, gremios, comunicadores, que de manera más o menos coordinada imponen sus visiones. Los políticos, siempre faltos de inspiración, acogen sus propuestas. Han retorcido el “prohibido prohibir” de mayo del 68, convirtiéndolo en “prohibido no prohibir”. El mejor gobernante es el que más prohíbe, si no estableces restricciones la gente pensará que no te preocupas por ella. Y hay que acanallar al que discrepa, facho, conspirafóbico, pseudocientífico, negacionista. Lo que ellos hacen es “irrefutablemente científico”... el filósofo Karl Poper dijo que la esencia de la ciencia es su refutabilidad, pero ese es un autor prohibido en Covidia.

Los más grandes cacotopistas han sido George Orwell, Aldous Huxley y Ray Bradbury. Si se ha leído sus novelas canónicas (1984, Un mundo feliz y Farenheit 451) se verá que las sociedades retratada por ellos se aproximan hasta en el detalle curioso a las medidas tomadas en Covidia. Imposible no recordar al orwelliano Gran Hermano, cuando un altavoz atruena con órdenes a las personas que están reposando en espacio públicos. La abrumadora evidencia del desastre económico causado por las cuarentenas no preocupa mucho a los utopistas, pues creen que hay demasiada riqueza en el mundo y que esta es la causa de los problemas ambientales, naturales y sociales, deben haberlos oído. En la cacotopía orwelliana la sociedad es sumida intencionadamente en un sistema de pobreza relativamente bien repartida. La pesadilla escapó de las páginas de las novelas y se erige como la nueva realidad. (O)