La vida es un suspiro, hoy más que ayer lo sabemos en la fibra más sensible de nuestra conciencia y subjetividad. La realidad ha cambiado, la maldad es observada desde el irrespeto utilitarista de la corrupción, contra el razonamiento categórico moral.
¿Dónde ha quedado el pensamiento kantiano sobre la importancia de la dignidad humana? Es una pregunta que nos estremece en esta justa pesadilla. En efecto, puede ser considerada como justa porque es necesaria la evolución moral y racional del ser humano. Actos de solidaridad están en peligro de extinción, somos actores de escenarios caóticos pero de reflexión constante. Ha sido necesario vivir una pandemia para darnos cuenta de la ‘epidemia histórica’ que hemos padecido tras un velo de ignorancia rawlsiano pero muy mal tergiversado; este ‘virus’ que nos antecede desde el inicio republicano es la infinita corrupción. La existencia jurídica, axiológica y valorativa de los derechos fundamentales han perdido bastantes batallas con el poder absoluto de los Estados, pero jamás pudimos imaginar que este no pudiera compadecerse de la mortalidad de un virus. Emprendamos el viaje a la catarsis. Si excéntricos pensadores como Freud lograron obtener buenos resultados, no encuentro una razón para no tenerlos nosotros también. Posiblemente en algún lugar de nuestro abismo moral encontremos la racionalidad atada y coaccionada mientras muere a un costado el respeto, sin importar las acciones resucitadoras de la esperanza; una mera expectativa de hallar la solidaridad y empatía por la humanidad, en aquel calabozo custodiado por el temor y la ignorancia. En conclusión, encendamos el despertar de la humanidad para recuperar nuestros derechos inherentes por ser ‘seres humanos’. Busquemos en la tiniebla contaminada de nuestra realidad social aquella luciérnaga que aumenta su tamaño conforme nos acercamos, aquella que merecemos hoy más que nunca, la justicia. (O)
Daniel Fernando Mejía Terán, 19 años, estudiante de Jurisprudencia, Quito