La semana pasada se esparcieron unos cuantos virus.

Primero, el “si me dejan” de Rafael Correa sobre su candidatura vicepresidencial. Le cuesta entender que no va por ahí la cosa. Cualquier persona que lea la Constitución, si logra llegar a los artículos 146 y 149, después de soportar noventa páginas de declaraciones pueriles que masacran al idioma, comprenderá que la única función del vicepresidente de la República es reemplazar al presidente. Quien ocupe ese cargo estará ahí únicamente para ejercer como presidente cuando el titular del cargo se ausente temporal o definitivamente. Esa persona “cumplirá los mismos requisitos, estará sujeto a las mismas inhabilidades y prohibiciones establecidas para la Presidenta o Presidente de la República” (artículo 149, mayúsculas en el original). Entonces, quien ocupó más de una vez la presidencia no puede postular a la vicepresidencia porque, si tuviera en algún momento que ejercer la única función que le confiere la Constitución, estaría inhabilitado para hacerlo. En otras palabras, no es porque no le dejen los malos que el modelo Cristina Kirchner no es aplicable en este caso, sino porque no le deja la mala Constitución.

Segundo, el virus de hipocresía que se echó sobre las bandas incrustadas en el sistema de salud. La de los sordos (pobres, todos padecían deficiencia auditiva) y la de los hijastros que se desempeñaban en un giro de negocio en que participaban entusiastamente autoridades locales, provinciales y nacionales. La muerte del prefecto de Guayas puso la nota dramática que necesitaba la hipocresía cristiana para recordarle como el futbolista que fue hace décadas y no como el sospechoso de tener vínculos por lo menos con una de las bandas. Con ese episodio, el virus de la hipocresía amenaza con contagiar a quienes tienen que investigar y sancionar a sordos, hijastros y autoridades. Puede extenderse porque hay una sociedad sensiblera que está dispuesta a olvidar el sucio presente inmediato a cambio de glorias pasadas.

Tercero, el autoritario que pone en riesgo las elecciones. El tirón de orejas del contralor a tres consejeros electorales que incumplieron procedimientos ha sido respondido por estos con amenaza de destitución. Argumentan que, estando en periodo electoral, pueden hacerlo con quien se ponga al frente. Doble error. Primero, llama la atención que no sepan que no hay proceso electoral en marcha, porque son precisamente ellos quienes deben convocarlo y no lo han hecho. Segundo, la interpretación autoritaria que utilizó el Tribunal Electoral para destituir a 57 diputados no tiene cabida en un ordenamiento que pretende ser democrático. Mejor harían en presentar los descargos que pide la Contraloría o, si no los tienen, salir sin mucho ruido.

Cuarto, el virus de la indecisión transmitido por Jaime Nebot al PSC. El suspenso en que mantuvo a sus compañeros ahora se transforma en una lucha interna que debilitará a quien obtenga la candidatura. Además, es un virus que está pensado para rebrotar bajo el próximo gobierno, cuando Nebot impulse su consulta y la gente la tome como un referéndum sobre él.

Quinto, el virus de la censura que, a menos que se demuestre lo contrario, parece haber rondado por Radio Visión. (O)