Dice la sabiduría popular que no se debe cambiar de caballo en la mitad del río. El presidente de la República debe haber escuchado muchas veces esa frase, pero parece que ha decidido dar crédito a voces disonantes, como las de un video claramente trucado. No se entiende de otra manera que, en un momento como este, haga unos cambios ministeriales y de altos cargos que, quiéralo o no, levantan sospechas. Seguramente la explicación edulcorada, que será la primera responsabilidad del flamante secretario de Comunicación, será la necesidad de reemplazo de un funcionario vencido por el virus y de ajustes necesarios en la lucha actual. Para la versión descarnada no hay que esperar ni un minuto, porque ya circuló en las redes sociales antes de las remociones y nombramientos. Esa versión sostiene que es la reacción desesperada ante las disputas internas. La decisión presidencial será interpretada como una confirmación de la existencia de esas discrepancias.
Este problema en la cúpula apareció cuando todo indicaba que el Gobierno había logrado controlar el torbellino que se formó en la relación Ejecutivo-Legislativo. La indirecta de la ministra Romo acerca de la muerte cruzada fue entendida muy directamente por los asambleístas. Comprendieron que, siendo un invento de los constituyentes de Montecristi, esa figura constitucional no podía ser otra cosa que una pieza del diseño hiperpresidencialista. La posibilidad de que la Asamblea destituya al presidente está puesta en la Constitución como un adorno que pretende ocultar el desequilibrio de poderes. Es una ingenuidad que un legislador crea que la Asamblea pudiera llegar a destituir al presidente. En el momento en que se insinuara esa posibilidad, el Gobierno se adelantaría y pondría en la calle a los asambleístas. Es lo que les demostró la ministra de Gobierno. Ellos, al ver que tenían las de perder, se vieron obligados a entrar a debatir los proyectos presentados como leyes de urgencia económica.
En medio de su extrema debilidad, fue un triunfo del Gobierno. Por ello, no hay explicaciones para los cambios ministeriales, sobre todo si nadie los iba a interpretar como simples ajustes administrativos. Es de sobra conocido que el Gobierno es una colcha de retazos, con grupos que conviven con poco agrado y que hasta allí se filtran las tensiones que vienen de otros ámbitos. Las disputas de grupos de presión de Guayaquil o de Quito, las expectativas electorales de partidos y movimientos, el acecho de los lobistas de siempre, e incluso los cálculos personales, permean esas esferas. Siempre lo han hecho, cómo no lo van a hacer con un gobierno débil y heterogéneo.
Los cambios en la cúpula significaron un tropezón en el paso que debió seguir al que dio la ministra. Ahora es más estrecha la posibilidad que se abrió para debatir con alguna seriedad las leyes urgentes (que requieren cambios por todos los costados y apenas corrigen una mínima parte de lo inmediato). Un gobierno débil y dividido tendrá poca capacidad para sostener posiciones firmes. Habría hecho mejor el presidente en recordar la voz de la sabiduría popular.
(O)