Aunque sus dirigentes políticos no quieran aceptarlo, el futuro del Ecuador es de terror. Búsquese donde se busque, no hay un escenario medianamente bueno o por lo menos regular. Mirando esta realidad, muchas personas han acudido al recuerdo de Churchill para asegurar que la salida de la actual situación costará sangre, sudor y lágrimas. El problema es que, al contrario de lo que proponía el líder inglés, cada uno quiere que sean otros los que se desangren, los que suden y los que lloren. Por ello y partiendo de la comprobación de que vamos en caída libre, algunos economistas sostienen que es muy probable que al finalizar esta fase no se dibuje una V, es decir, que a la caída drástica le siga un rebote con crecimiento y recuperación, como sería lo ideal, sino una L, ya que después de la caída podría establecerse un largo periodo de estancamiento (alguien más pesimista o simplemente realista sostiene que el destino es la M, sí, esa mismísima M).

El desasosiego de esos observadores proviene de la indolencia mostrada por quienes tienen en sus manos las decisiones frente a un problema que ya ha sido calificado como la peor crisis en la historia nacional. Fundamentalmente, sus temores surgen por la negativa de los políticos de todos los signos y colores para integrarse en un frente único. Un ejemplo es la anticipada respuesta negativa de los asambleístas al anuncio –el simple anuncio– del envío de proyectos de ley por parte del presidente. La incapacidad para comprender la gravedad del momento y sobre todo de lo que vendrá después lleva a los especialistas a pensar que, con esas personas al frente, será prácticamente imposible salir del hueco en el que ya estamos. Esa incapacidad se hace más evidente cuando se muestran indiferentes ante la debilidad del gobierno, le exigen acciones que material y constitucionalmente no puede tomar y ponen a rodar la amenaza de la destitución por medio de la muerte cruzada.

Será imposible salir adelante si no se entiende que la tarea inmediata no se limita al control de la epidemia, sino que al mismo tiempo se deben poner las bases para que en la siguiente etapa se produzca la reactivación económica y así evitar el estancamiento. Para ello son necesarias profundas reformas legales (e incluso constitucionales), que apunten a la eliminación de las inflexibilidades del actual modelo económico y que lleven a sustituirlo por uno que asegure el crecimiento con equidad. Y no es tarea para el próximo gobierno, es el actual, con todas sus debilidades, el que debe hacerlo. Pero ni siquiera podrá dar el paso inicial si en la Asamblea se mantiene la obstrucción, capitaneada por la confluencia correísta-socialcristiana a la que se suman otras voces de muerte (en términos lorquianos). El bloqueo y el vaciamiento de los proyectos enviados llevaría a repetir la historia de siempre y cerraría la puerta al cambio. Sería un escenario en que el gobierno podría invertir la amenaza y tomar la iniciativa en la muerte cruzada. (O)