Estamos en las inmediaciones del 11, fiesta de la Virgen de Lourdes, mi devoción familiar y occitana sobre la que he hablado varios febreros. Las devociones son cuestionadas como una forma de religión desinformada, inculta, emotiva, en definitiva popular y este es el problema. Devoción significa dar voto, es comprometerse. Las devociones son la forma más viva de la religión, tanto en la conducta individual de cada fiel como en la acción real de la feligresía. Eso sí hay que diferenciarla y claramente de la superstición, que es lo añadido, lo superpuesto a la recta y reconocida tradición. Resulta chocante el desprecio con el que teólogos intelectualizados se refieren al “devocionismo”, cierto que la verdad de la religión no se establece por mayoría, pero tampoco por autoridad académica. Ambas pueden equivocarse.

En la raíz está el mito. ¿María es un mito? Sí, pero entendámonos, mito es la expresión alegórica de una verdad o de un misterio. No es cuento y mucho menos engaño. Alegoría es una manera de exponer “para el ágora”, dicho más llanamente, como para que entiendan todos. El diablo no es un dragón, ni María de Nazareth se ha parado nunca en la Luna y menos en el Panecillo, son maneras de exponer componentes del misterio de una mujer que escogida aceptó libremente la propuesta. La incomprensión para con una soltera embarazada, la dificultad de entender a un hijo que discute con los doctores, que es calumniado, perseguido y asesinado. Eso se le ofrecía y lo cumpliría para ser factor determinante en el proyecto de Dios que era desde la eternidad. Eso es lo que querrían decir las alegorías de la anunciación, de la virginidad (que no puede ser entendida en un sentido obstétrico), de la dormición y de su final apoteosis, es decir, su elevación a nivel divino... lo que no significa transformarla en diosa, no al menos en un estricto sentido teológico, un tema que merece precisiones.

Y en el fondo está Maryam de Nazareth, mujer de carne y hueso, que trasciende en la protagonista del misterio y en el objeto de las devociones. La gran desconocida que en los evangelios aparece una y otra vez. Se advierte que la acción editora de los transcriptores veló la actuación de las mujeres en el Nuevo Testamento, pero aun así emerge la figura de una mujer fuerte, para nada confinada en un rol doméstico, que siguió de cerca la carrera de su hijo hasta el mismo pie de la cruz en que este agonizaba. Elabora un himno, a lo mejor lo escribió, pues estaba emparentada con la casta sacerdotal, depositaria del saber hebreo. Habla con la misma autoridad al hijo adolescente como al que ya empieza su prédica. Ido Jesús se puede atisbar que ella tenía cierto liderazgo sobre los apóstoles. No fue “la virgencita” humilde y secundaria, ni el mero instrumento como la ven ciertas teologías protestantes. Los prejuicios distorsivos de los que se consideran dueños de la causa femenina les han impedido ver en ella el modelo de mujer integral, madre, compañera y gestora. (O)