Para muchos esta palabra es un insulto, tanto para quienes la profieren con desprecio como para los que la reciben como afrenta. ¡Reflexionar, exhortar o tener como objetivo la búsqueda de la coherencia del comportamiento con la virtud es débil, menor e intelectualmente deleznable! ¡Es más brillante la ruptura de los cánones morales y la búsqueda de las últimas consecuencias en todas las posibilidades de la condición humana, también dibujada por el individualismo, la fanfarronería, la estulticia, la venalidad y la violencia! La connotación peyorativa del término radica probablemente en el lugar común cultural instaurado colectivamente de que el respeto y aceptación de la normativa moral significa mediocridad, falta de temperamento, hipocresía y carencia de iniciativas para vivir experiencias consideradas notables.

Sin embargo, los que se manifiestan en contra de los moralistas por las razones mencionadas o por otras que sin duda las esgrimen cuando denuestan en su contra, también lo son. Porque la justificación última de su posición frente a las diferentes circunstancias de la vida igualmente es de índole moral. Quienes celebran la liberalidad de costumbres lo hacen porque entienden que es el camino. Los que piensan que el consumo de estupefacientes es correcto defienden su posición porque sostienen que no hay nada de malo en esa práctica y que por el contrario es un aporte positivo. Aquellos que están a favor del aborto juzgan que moralmente su posición es acertada porque cuida la vida de la madre desconociendo la condición humana del no nacido. Quienes están en contra de las tradiciones lo hacen porque creen que su posición es benéfica. Los que están a favor del desarrollo sin reservas de la ciencia y la tecnología consideran que es lo mejor para todos. Los violentos sostienen que se justifica moralmente el uso de la fuerza para la transformación social. Ya en la radicalización absoluta, muchos asesinos, ladrones, violadores y otros delincuentes defienden su accionar por razones que juzgan valederas.

Hasta aquí, tenemos en todos los casos, ya sea en los que buscan la virtud como en los que persiguen el desafuero, que la justificación de esos comportamientos es siempre moral. Los moralistas tradicionales sostienen que lo que está bien es aquello que contribuye con el bienestar de todos y se fundamentan en referentes culturales milenarios que condenan ciertos comportamientos y enaltecen otros. No todo es igual y existe un abismo entre las conductas que buscan solamente la satisfacción individual y las que están inspiradas por la trascendencia. Quienes no se consideran moralistas igual lo son, porque los argumentos que esgrimen para defender sus formas de vida, al fin y al cabo, pertenecen a esa categoría cultural.

Por lo dicho, la exhortación a tratar moralmente las diferentes circunstancias de la vida, con fuerza y sin remilgos intelectuales, es una de las más potentes posibilidades humanas. El genio de Víctor Hugo plasmó esta idea en una de sus inolvidables novelas cuando escribió “… arengar es un medio de conexión con lo trascendente. Hablar alto y fuerte tiene el efecto de un diálogo con el dios que cada individuo tiene dentro de sí. Este era, y lo sabemos bien, el hábito de Sócrates”. (O)