Lectores amigos, les pido imitarme por esta vez. Un buen diccionario me hizo entender y recordar el concepto de recodo: ‘ángulo o revuelta que forman las calles, caminos, ríos, etcétera, torciendo notablemente la dirección’. Este concepto de la RAE me ofrece dos nociones básicas: que el camino que conduce a una meta debe ser claro y definido, a pesar de los recodos que pueda encontrar en su peregrinaje hacia su destino; y también que los recodos guardan secretos, que inducen a conocerlos, recodos que, en ocasiones, pueden cambiar el destino y que sirven de oasis para valorar nuevos retos y recobrar bríos perdidos. Los caminos son mágicos por más que se los transite en grupo o parte de ellos enfilen a nuevos destinos. Lo que sucede durante el tránsito tiene ribetes muy particulares, en ocasiones inesperados. Este preámbulo merece unos ejemplos para comprender mejor lo que intento describir.

-Recuerdo a tres compañeros de estudio, a todos nos gustaba la filosofía. Uno de ellos es maestro y me cuentan sus alumnos lo mucho que han aprendido con él: a pensar, a reflexionar, a leer, a comprender la vida y sus exigencias, a entender el día a día del acontecer nacional. El segundo de mis amigos se dejó atrapar por la música; terminó filosofía cum laude pero luego se dedicó a dirigir grupos corales; hoy vive feliz, hace lo que le gusta; él prefirió quedarse en un bello recodo de su vida estudiantil. El tercero de aquel trío soy yo, ustedes me conocen y saben por qué vericuetos me ha llevado la vida: la filosofía me sirvió de norte; la pedagogía, de misión; y el borronear estas cuartillas, de entretenimiento y entrenamiento mental. Esa es la vida; esos, algunos de sus recodos.

-Todos guardamos en nuestra memoria esos espacios desconocidos que visitamos, aparentemente sin importancia, y que dieron a nuestras vidas un sentido más humano y trascendente. No tengo espacio para imaginar y describir esos recodos, consigno algunos de ellos que quizá evoquen recuerdos: los años de militancia política; los estudios universitarios; esa conferencia que nos indujo a cambios existenciales; los amigos de barrio y familiares; los viajes que realizamos; nuestros idilios de juventud; el deporte individual y grupal; nuestras creencias y prácticas religiosas, el matrimonio, los hijos, el trabajo, etcétera. Estos y otros elementos nos forjaron, por ellos somos lo que somos, más allá de lo que un día nos propusimos ser, más allá de la meta con la que siempre soñamos.

¿Conclusiones? Además de aquellas que ustedes fácilmente intuyen, algo de mi cosecha: la vida es maravillosa. Fijarse una meta será siempre plausible. Sentirse inacabados es señal de ansias de perfección. No hay propósitos que nos amarren ni desvíos que no señalen caminos. La vida es un libre trajinar en busca de nuevos horizontes. No hay existencias atadas a puertos porque los puertos son punto de llegada y partida a la vez hacia nuevas conquistas.

Reconocernos timoneles de nuestra propia existencia es una responsabilidad. Abrirnos a la amplitud del universo es un privilegio. Buscar el más allá desde un laborioso más acá es una meta.

(O)