No se ha producido en América Latina una situación de violencia tan generalizada como la que estamos viviendo. No por lo menos desde las guerras de la independencia. La guerra de la Triple Alianza involucró a cuatro países, pero se focalizó en Paraguay. La guerra de la alianza perú-boliviana contra Chile fue un episodio que no trascendió a otras naciones. En los años 80 Centroamérica fue azotada por las guerras civiles simultáneas en El Salvador y Nicaragua, generando una situación parecida a la actual, pero entonces había presidente en Estados Unidos y el conflicto no excedió el pequeño subcontinente.

A fines del siglo XVIII los Estados Unidos y el Reino Unido emergieron como grandes potencias organizadas en Estados de derecho, los siguieron muchas naciones en Europa y América. Occidente será la primera civilización basada en la libertad y la igualdad efectivas, lo que favorecería un desarrollo económico, científico y tecnológico que no ha tenido, ni de lejos, ninguna otra civilización. Fue un proceso de bordes difusos, de trayectoria sinuosa, con pausas y aun con retrocesos, pero finalmente han prevalecido las directrices originales. Este mundo republicano, esta sociedad burguesa, liberal y capitalista, siempre ha sido enfrentada por los poderes de la tiranía, la oscuridad y el fanatismo. Varios nombres han adoptado los enemigos de las repúblicas: monarquías absolutas, fascismo, socialismo nacional y del otro. Todos han pretendido lo mismo: arrebatar a los pueblos y a los individuos sus libertades, para someterlos al dominio de caudillos que se consideran escogidos por Dios y de castas que se creen poseedoras exclusivas de la verdad.

La Guerra Fría fue un episodio más de esta confrontación global. Cuando concluyó se creyó, como lo decía Francis Fukuyama, que había llegado “el fin de la historia”. Ese optimismo simplista se demostró rápidamente equivocado y nos vemos abocados de nuevo a una guerra entre las potencias de línea republicana y los despotismos. Estamos viendo el calentamiento de conflictos civiles de raíz muy similar en México, Ecuador, Nicaragua, Venezuela, Chile, Colombia, Bolivia... Es evidente que las potencias despóticas, en colusión con el narcotráfico y las dictaduras criollas patrocinaron estos brotes subversivos en afán de extirpar los valores occidentales, republicanos y liberales de todo el subcontinente. Los dictadores venezolanos han sido absolutamente claros al declarar que están siguiendo los planes del Foro de Sao Paulo, que estos están funcionando y que se viene una “tormenta bolivariana”. ¿Alguien necesita más evidencia tras esta confesión de parte? A diferencia de los años 80, esta vez los latinoamericanos estamos solos. Estados Unidos ha perdido la voluntad de defender la comunidad occidental y ha retornado al aislacionismo provinciano anterior a la Primera Guerra Mundial. No se trata de lanzar aventuras intervencionistas de dudosas credenciales éticas y, sobre todo, con pobres efectos geopolíticos. Hay que anticiparse al enemigo, sabemos perfectamente dónde incuba sus huevos el basilisco, allí hay que golpear. Mientras las repúblicas vacilaban y negociaban, se perdió un importante aliado en Argentina y el gobierno de Chile salió reblandecido de su crisis. Quién sabe si ya es demasiado tarde. (O)