En el Sanctus decíamos “dios de los ejércitos”, expresión que fue cambiada en la “reforma posconciliar de la liturgia” por el buenismo “Dios del Universo”. Me gustaba la fórmula anterior, con raigambre tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento. Significa que todo poder viene de Dios, incluido el de los Estados, que existen porque monopolizan la fuerza, una fuerza armada en alguna instancia. Una fuerza armada, ocioso es decirlo, tiene armas y está dispuesta a usarlas. Las semanas anteriores vimos al ejército ecuatoriano hacer un insólito papel en medio de borrascosas asonadas. Entre muchos videos subidos a las redes me quedo con este: un soldadito es copado por una multitud que lo desarma. Él llora. Sesgadísimos reportes de respetadas cadenas europeas describieron el incidente como “soldado llora de emoción al unirse al pueblo”. No, lloraba de impotencia e indignación, porque es contrario a la naturaleza misma de la fuerza pública el salir a enfrentar a un adversario y no poder usar sus instrumentos ni para defenderse, y ser copado con posibilidad de ser vejado y maltratado, que no ocurrió en este caso, pero sí en muchos otros durante esos aciagos días.

No entendí cómo pudo ocurrir tal contrasentido. Con el pasar de los días he entendido menos, pues se vino un cambio en la cúpula militar. ¿No le gustó al Gobierno ese rol pasivo hasta la mansedumbre desempeñado por los militares? ¿Está descontento el Gobierno con la demora en reestructurar los aparatos de inteligencia desnaturalizados por el correísmo, que los especializó en perseguir opositores y no en seguridad nacional? ¿Era una baja programada, caso en el cual se podía posponerla para un momento más oportuno? Cualquiera cosa que hubiera sucedido, lo evidente es que los militares no están preparados para intervenir en conmociones civiles. Pero también la policía se vio impotente para controlar con una acción decisiva a los belicosos manifestantes. Hubo poquísimos y muy puntuales episodios en los que agentes se excedieron en apaleamientos, pero tenían una actitud similar a la del soldado que lloraba, fueron actos desesperados de indignación. No hay que olvidar que durante la dictadura se comenzaron a organizar los CDR (comités de defensa de la revolución) como en Venezuela y Cuba, cuya intención era asumir funciones de represión, mientras la policía era pospuesta e injuriada.

Lo que es evidente: no tenemos una gendarmería, militar o policial, que pueda controlar desmanes o motines con eficacia. Este tipo de fuerza encargada de “mantener el orden y la seguridad pública” es el que se debe utilizar y no tropas regulares. Tanto a militares como a policías les faltan medios adecuados para asumir esa función. Cierto que en los últimos desórdenes no hubo un solo muerto por uso de armas de fuego, lo que habría sido perfecto si simultáneamente se hubiese impedido llegar a tales niveles de vandalismo. Una gendarmería capacitada será capaz de lograr un control más efectivo, justamente sin necesidad de recurrir a armas letales. Hay varios países amigos que dominan esa tecnología y pueden ayudarnos a implementarla. (O)