La conmoción que un grupo minoritario pero violento de personas ha causado a nivel nacional ya no se trata acerca de la eliminación del subsidio a los combustibles, sino de su intención de secuestrar a todo un país.

Dirigentes de los movimientos indígenas se tomaron momentáneamente la Asamblea y campos petroleros. Intentaron cortar el suministro de agua a ciudades importantes del país y bloquear las telecomunicaciones. En Cotopaxi amedrentan y secuestran a los que osan trabajar, muchos de ellos indígenas, y piden $ 50 para devolver camiones cargados que previamente robaron. Mientras sucedía esto, la dirigencia política indígena insistía en que ellos son pacíficos. Mientras escribo estas líneas la Conaie tiene secuestrados a ocho policías y una treintena de periodistas.

Esto ya no es una discusión de políticas públicas, sino acerca del futuro de nuestra forma de convivir, mediante la cooperación o la fuerza. Occidente constituyó un gran avance para la humanidad porque precisamente le dio más importancia a mecanismos cada vez más complejos y extensos de cooperación social.

Pero vemos que la dirigencia política de los movimientos indígenas como la Conaie han optado por la fuerza. Buscan aprovecharse del caos que ellos han generado para imponer una forma de hacer política que afortunadamente nunca ha tenido respaldo mayoritario. Lamentablemente, la dirigencia política indígena sigue creyendo en un marxismo trasnochado –por cierto, también occidental– que incluye la tesis de la “lucha armada”.

El prefecto de Azuay, Yaku Pérez, dijo que a ellos no se les pueden aplicar “leyes occidentales” como si todos no fuéramos parte del mismo pueblo que conforma el Ecuador. Vale la pena recordarle que fue precisamente en Occidente donde se dieron los primeros movimientos para abolir la esclavitud a nivel mundial, incluida aquella de los indígenas. Además, el fraile dominico Francisco de Vitoria ya en el siglo XVI argumentó que el rey no era dueño del mundo y el papa tampoco como para poder donarle tierras que no le son suyas al rey. Vitoria sostuvo que los indios no eran seres humanos inferiores, sino individuos que poseen los mismos derechos que cualquier ser humano y que son, por lo tanto, dueños de sus tierras y bienes.

Por eso es que resulta sorprendente que con tantos académicos y dirigentes dedicados a dizque defender y promover el bienestar de los indígenas, nunca se les haya ocurrido pedir lo que es su justo derecho: la propiedad sobre el subsuelo. ¿Se imaginan si las comunidades fuesen dueñas del petróleo y otros recursos naturales que se encuentran debajo de la superficie que habitan? La estructura de poder del país cambiaría radicalmente.

Bien decía Carlos Rangel, en su lúcido libro Del buen salvaje al buen revolucionario, que somos presa todavía del mito del “buen salvaje” inaugurado por Colón, quien dijo haberse topado en las Indias con el paraíso terrenal. Nada dicen quienes nos hablan de ese pasado como una época de oro acerca de los sacrificios humanos que se practicaban rutinariamente tanto en los imperios inca, azteca y maya. Rangel afirmaba que el mito del “buen salvaje” sirve “para intentar excusar o enmascarar el fracaso relativo de Latinoamérica, hija del buen salvaje, esposa del buen revolucionario, madre predestinada del hombre nuevo”. (O)