Washington quiere que Pekín cambie la fórmula de su milagroso crecimiento económico: que elimine los subsidios a las empresas estatales y abra su mercado interior. Lo que Washington no comprende es que no está en posición de hacer ese tipo de exigencias y menos con una actitud confrontativa. El mundo ya cambió y con China hay que sentarse a dialogar.

Caso contrario, el gran perdedor será el consumidor. Sí, los consumidores estadounidenses y chinos, pero también usted porque será más caro comprar ciertos productos debido a los aranceles. Así como en los conflictos militares, en las guerras comerciales quienes pagan los platos rotos suelen ser los más inocentes.

Los efectos ya se hacen sentir en nuestra región: tenemos un dólar más caro, las monedas latinoamericanas se han debilitado, y eso incide directamente en las exportaciones. Los precios de productos como la soja argentina, el cobre chileno o los minerales peruanos cayeron, lo que redujo las ganancias exportadoras y la recaudación estatal.

Para otros países ha habido resultados positivos. Mientras Estados Unidos importa menos desde China, le compra más a México. En el primer trimestre de 2019, la participación de China en el mercado importador estadounidense se redujo a 17,7% versus 21% del año pasado, mientras México pasó del 13,5% al 14,5% en el mismo período.

Aquellas empresas para las que el mercado de Estados Unidos es importante vieron con temor la posibilidad de que sus productos quedaran bloqueados y empezaron a considerar mudarse a México: Fuling Global, el fabricante chino de utensilios de plástico, anunció que  abriría una planta en Monterrey; GoPro, el fabricante de cámaras, informó sobre su plan de comenzar a producir en Guadalajara para exportar a Estados Unidos.

En el caso de Ecuador, un dólar más caro podría tener un efecto negativo en la exportación de camarón, ya que el 60% de este producto va al mercado chino directa o indirectamente. La clave en este caso será la eficiencia. Al mismo tiempo, esto podría tener una consecuencia positiva para los importadores de materia prima como soya, arroz, maíz y trigo, ya que los precios bajarían y esto aliviaría el costo del aprovisionamiento para la industria de aves, cerdos y productos de acuacultura.

Durante la Cumbre del G20 realizada en Osaka, Japón, a fines de junio, el mandatario estadounidense, Donald Trump, se reunió con su homólogo chino, Xi Jinping, y acordaron reanudar las negociaciones comerciales.

El acuerdo de Osaka evitó que Trump cumpliera su amenaza de imponer aranceles adicionales por $ 300.000 millones de exportaciones chinas, pero no hizo nada por revertir las medidas pasadas.

La tregua alcanzada en Japón fue tomada de forma positiva por los mercados. Si se hubiera concretado, los grandes perdedores habrían sido los consumidores estadounidenses porque habrían terminado pagando unos US$ 12.000 millones adicionales por el incremento de los precios. De todas maneras, los aranceles que ha impuesto el presidente Trump han dañado más a las empresas y consumidores estadounidenses que a China.

Pero que la tregua no nos confunda. Trump y Xi llegaron a un acuerdo similar en la anterior cumbre del G-20 en Buenos Aires, Argentina, y poco después fracasó.

La guerra continuará. Es cuestión de tiempo que surja algún otro detonante. En ese contexto, nuestro país tiene que ver cómo sacar ventajas de ambas potencias y cómo podemos preparar a las industrias que podrían resultar afectadas. En definitiva, no casarse con uno ni con otro, sino ser socio de ambos. (O)

* Presidente de la Cámara de Comercio Ecuatoriano China.