El reportaje de CNN sobre las actividades de Julian Assange en la Embajada ecuatoriana en Londres puede traer larga cola. El canal norteamericano presentó evidencias de la interferencia directa del hacker y su organización en las elecciones norteamericanas. El objetivo era bombardear la candidatura de Hillary Clinton para favorecer la de Donald Trump. Como se sospechó en esos mismos momentos, los correos obtenidos ilegalmente del correo de la exsecretaria de Estado y filtrados a los medios de comunicación tenían como primer destinatario al equipo de campaña de Trump. Este les dio el uso que estaba previsto. Los convirtió en una de las armas más eficaces en la demolición de la campaña demócrata. Ahora, con la difusión de la información contenida en la computadora de Assange (el alguacil alguacilado), queda en evidencia que no había ninguna ingenuidad ni le movía el afán de transparentar información. Aún más, se confirman las sospechas de que la trama estaba orquestada desde Rusia y que WikiLeaks no era un coro de angelitos que luchaba contra los demonios de la mentira y la opacidad.

En cuanto se difundió la información de CNN, se produjo la inesperada, contradictoria y poco meditada reacción del líder revolucionario del país al que el hacker calificó de insignificante. Desde algún lugar de Europa, Rafael C. (así exige la ley que se trate a los indiciados) confesó que su gobierno conocía lo que estaba haciendo Assange desde la Embajada. Confiado en que el resto del mundo tenga memoria tan frágil como la suya –que no se acuerda de la señora a quien veía todos los días en su despacho– dijo: “Sí, notamos que estaba interfiriendo en las elecciones y eso no lo permitimos, porque tenemos principios, valores muy claros y, como no nos gustaría que interfirieran en nuestras elecciones, no vamos a permitir que eso pase con un país extranjero y amigo como Estados Unidos”.

Sí, una reacción poco meditada porque, para su pesar, las palabras quedan grabadas, como quedaron aquellas en que aseguró que a América Latina le convendría el triunfo de Trump. Fue en el marco del Encuentro Latinoamericano Progresista, en septiembre de 2016, cuando aseguró que los gobiernos de izquierda de América Latina habían surgido como una reacción de rechazo a las políticas de Bush. “Lo mismo generaría Trump. Exacerba las contradicciones”, concluyó.

“El enemigo de mi enemigo es mi amigo”, le faltó decir para situarse en los oscuros tiempos de la guerra fría cuando un sector de la izquierda pensaba de esa manera y sobre todo para explicar la posición de su gobierno en política exterior. Esas declaraciones demuestran que en aquel momento no discrepaba de Assange. Todo lo contrario, cualquier acción sería bienvenida para agudizar las contradicciones, especialmente si toda la trama de boicot a la elección de Hillary estaba orquestada con melodías rusas. Que después él mismo haya seguido los pasos del hacker australiano hacia los estudios de RT, la estación de televisión de Putin, puede tener menos de coincidencia que de convicción sobre enemigos de los enemigos. (O)