Acabar con las iniquidades hace bien no solo a sus víctimas, sino, a la postre, a quienes las infieren. Y la historia demuestra que se puede vencer, por más grande que sea la muralla. La resignación no es alimento de los valientes.

Julian Assange, contra un tipo de poder

¿Para quién trabaja?

No extradición de Assange

Así lo entendió Daniel Ellsberg, quien descubrió en papeles del Pentágono que los gobiernos de Kennedy y Johnson habían engañado a la opinión pública estadounidense sobre la guerra de Vietnam. Él advertía que su país no ganaría el conflicto y quería que la sociedad y la Casa Blanca reaccionaran para no perder más vidas. Filtró los documentos al New York Times, que en 1971 los publicó. Ambos fueron demandados. A Ellsberg le retiraron los cargos y al Diario lo absolvió el Tribunal Supremo, por la egregia primera enmienda de la Constitución de ese país, que protege la libertad de información.

Casi cuarenta años después, otros indignados entran en el cuadro de la dignidad. El entonces soldado Bradley Manning encuentra pruebas de asesinatos en Afganistán e Irak, de cientos de personas por la OTAN, de miles por el ejército de Estados Unidos de América, también de torturas, entre el 2004 y el 2009. Asesinatos ocultados por sus perpetradores. Entrega los documentos a Julian Assange, de WikiLeaks, quien los filtra a su vez a los grandes diarios New York Times, The Guardian y Der Spiegel, los cuales, por considerar que existía un interés público, los publicaron.

Los encubridores de los crímenes no arremeten contra los medios, por grandes. Arremeten contra Manning y Assange. A Manning le dieron un trato inhumano e impusieron una pena de prisión de 35 años, que Obama conmutó y fue excarcelado. Trump criticó a Obama. El australiano visita Suecia y tiene relaciones sexuales con mujeres, una de ellas vinculada a la oposición cubana. Es denunciado por delitos sexuales. Los medios y el primer ministro sueco estaban en su contra. Viaja al Reino Unido, donde resuelven extraditarlo a Suecia y Assange se asila en nuestra embajada en Londres, que no le da el salvoconducto para salir del país. Un hombre intenta asaltar la embajada, el Gobierno británico no cumple su obligación internacional de resguardarla, no acogió al periodista por el Estatuto de Refugiados de 1951. El Grupo de Trabajo de la ONU dictamina que es arbitraria su detención y manda al Reino Unido y a Suecia a indemnizar al periodista. También los relatores sobre la tortura y el derecho a la privacidad de ese organismo han instado a su liberación.

Se produce el acto que avergüenza a la nación: el Gobierno ecuatoriano, para cuyo presidente Assange no era una persona a quien debía darle protección, sino “una piedra en el zapato”, le quita la nacionalidad, argumentando ilegalidades, mas comete otras: suspende los efectos de la concesión de tal nacionalidad y no le permite ejercer su derecho a la defensa; no espera la decisión judicial. Lo hizo para poder entregar al asilado a un gobierno que ya ha recibido el petitorio de su extradición de Estados Unidos por conspirar para piratear las computadoras del Pentágono.

El tratado de extradición que ambos países celebraron estipula que no puede el régimen que la solicita procesarlo por cargos adicionales. Sin embargo ¿qué confianza puede Assange tener, si Hillary Clinton cuando era secretaria del Departamento de Estado declaró que se podía matarlo con un dron y otras influyentes personas estadounidenses han hecho aseveraciones similares? El Gobierno británico acogió a perseguidos políticos en el siglo XX. Negó a los gobiernos de España, Suiza y Francia la extradición de Pinochet, acusado de genocidio y terrorismo.

El respeto del derecho de asilo que la Declaración Universal de los Derechos Humanos y nuestra Constitución proclaman, no puede desconocerse por supuestas inconductas, sobre las que nada se hizo.

Si arrancan la hierba de Assange, en otros volverá a crecer, como decía Dolores Cacuango. (O)