Es una redundancia sostener que, como corresponde a cualquier elección, la de este domingo dejará ganadores y perdedores. Se podrá decir que, al fin y al cabo, para eso son las elecciones, para saber quién puede celebrar y quién debe lamentarse (por lo menos hasta la próxima oportunidad). Pero sí tiene sentido el pleonasmo porque en esta ocasión los favorecidos y perjudicados serán no solamente quienes participan directamente en la contienda, sino también algunos que aparecen difusamente entre bastidores. Además del resultado visible, que es la asignación de cargos, habrá que considerar otros efectos. Estos definirán en parte el futuro de otros personajes cuyos nombres ni siquiera aparecen en las mesas de votación.

El primero de esos jugadores invisibles es el Gobierno nacional. Con realismo y buen sentido de sobrevivencia, no presentó candidatos. Hacerlo habría sido nefasto para los escogidos ya que los bajos índices de aprobación son contagiosos y nada les habría salvado del fracaso. A la vez, ese fracaso le rebotaría al mismo gobierno y le hundiría más. De paso, al no participar en la contienda contó con más espacio para mostrarse ajeno al proceso. Sin embargo, su margen de acción estará condicionado por los resultados electorales, ya que se reconfigura el panorama provincial y cantonal, con autoridades que presionarán por los recursos necesarios para cumplir las ofertas de campaña.

Dos jugadores invisibles son Jaime Nebot y Guillermo Lasso. Seguramente, con un triunfo contundente de Cynthia Viteri en Guayaquil, Nebot tomará esta elección como un predictor de la próxima presidencial. Por el contrario, considerando las escasas posibilidades de sus candidatos en varias capitales provinciales –particularmente en Quito–, a Lasso le convendrá sostener que la lógica de las elecciones locales es muy diferente a la de las nacionales. Sea como sea, esta elección puede ser determinante en la definición de la línea de partida en la derecha.

Un jugador invisible, aunque ha estado siempre presente, es el expresidente Correa. Como lo hacía en persona, no ha perdido una sola oportunidad para intervenir diariamente (experimentado evangelizador, él comprende que sus huestes necesitan pastoreo). Pero, también como siempre, no ha medido las consecuencias que tendría un mal desempeño de sus candidatos. Cuando gran parte de la opinión considera que esta es una batalla más en la descorreización, lo que menos le convenía era alimentar esa creencia. Los resultados van a ser comparados con los de sus buenos tiempos, y en ese balance solo obtendrá saldos negativos. Esto de ninguna manera significará que está acabado políticamente, pero muchas personas –sobre todo las que conforman las redes clientelares– la tomarán como la alarma para cambiar de rumbo y de caudillo.

El último fantasma en el juego es el Consejo Nacional Electoral. La mayoría conformada en su interior desde el primer día, le puso a caminar como un zombi o, mejor, como un aparato a control remoto. Un problema mínimo, de los que ocurren en cualquier elección, se magnificará por las contradicciones de su desempeño errático. Será el perdedor en la lucha por la reinstitucionalización del país.(O)