Los biógrafos de Friedrich Nietzsche relatan que, una vez, cuando él vio en una calle de Turín que un caballo exhausto era azotado por el cochero, se abalanzó al cuello del animal para abrazarlo y llorar con él. Este episodio ha servido para argumentar lo deteriorada que estaba la mente del filósofo. Pero la poeta y pensadora Chantal Maillard, en su libro ¿Es posible un mundo sin violencia? (Madrid: Vaso Roto, 2018), propone otra comprensión esclarecedora: “Que un movimiento de compasión hacia un ser no humano se considere un síntoma de locura es sin duda un claro indicador de una sociedad enferma”.

Maillard es una profesora de estética y artes en España especializada en filosofías y religiones de la India, y en este corto pero contundente volumen hace un llamado para que tratemos de afinar nuestro destino individual y colectivo a partir de elementos que nos permitan una mejor integración con el mundo real a nuestro alrededor. Nos llama, en primer lugar, a adquirir una visión global pues todo está interconectado en la Tierra, sin importar los distintos tiempos y espacios entre eventos o seres. En segundo lugar, pide que nos aquietemos, que disminuyamos el ansia, que necesitemos menos cosas para creer que hemos alcanzado el bienestar.

En tercer lugar, propone que decrezcamos, que repartamos, que tratemos de restaurar el equilibrio que nosotros hemos roto creyéndonos la especie superior y dominante del planeta: “Tomar conciencia de nuestra dimensión de plaga”, dice. Y, en cuarto lugar, nos invita a ensanchar el horizonte de nuestra racionalidad, añadiendo comprensión a la justicia y sabiduría a la inteligencia. Ser más compasivo con todo y con todos, en definitiva, puesto que, según ella, “todo ser sobrevive a costa de otros”. Somos sobrevivientes en un mundo hecho de la violencia que trae el hambre que nos obliga a destruir a otros seres.

Maillard considera que, como especie, podríamos enfrentar mejor la desigualdad y el desequilibrio si hiciéramos un esfuerzo por adoptar puntos de vista diferentes, y no hacer de las palabras un arma, pues eso es propio del político. Estamos tan identificados con nuestras creencias que actuamos según sus dictados, volviéndonos sordos ante nuestras propias ideas fijas, considerándolas como las únicas valederas. Si alguien no piensa como yo, se trata de una persona con ideas erróneas: esta pareciera ser la regla con que algunas tendencias del activismo de hoy buscan legitimarse. Es dudoso un luchador social que no haya realizado antes un esfuerzo por comprender su propio interior.

Para estos tiempos de elecciones, Maillard afirma algo que nos toca: “El gobierno de la mayoría solo sería un buen sistema si la mayoría tuviese edad de razón, cosa que, por lo general, no se da. No suelen ser mayoría los que piensan bien. Si pensaran bien comprenderían que los buenos candidatos son los que se mantienen fuera de la pantomima, allí donde ni se aplaude ni se vota”. Como nada es independiente en nuestro mundo, Maillard entiende que cualquier cambio solo podrá gestarse de uno en uno, y no necesariamente en la alharaca de los compromisos colectivos, muchas veces extremistas y sectarios. (O)