En el mes de octubre del año pasado visitó Cuenca el reconocido director de cine estadounidense Francis Ford Coppola, que dirigió dos de las películas que se encuentran en la historia de lo mejor del séptimo arte: El padrino y Apocalypse now. Acá, manifestó su desacuerdo con la forma actual de producirlas, que responde según su opinión, a la información que proviene de la utilización de algoritmos que procesan datos de la gente sobre sus emociones, gustos o expectativas; y, no a la intención de transmitir un mensaje, contar una historia o plasmar artísticamente perspectivas personales sobre el drama y el dolor de la vida, la ilusión y la alegría, la maldad o la inocencia, la belleza o la devastación del paisaje… Su afirmación es válida, pues a través de los resultados obtenidos por los algoritmos u operaciones racionales de cálculo que procesan datos, se hacen películas que responden a la información que las productoras obtienen sobre los intereses, miedos, expectativas y otros rasgos de la psique colectiva. Los usuarios tecnológicos dejamos nuestra multifacética impronta en el inmenso repositorio de datos del universo informático, que son empleados para producir, en este caso, filmes altamente rentables.

Esta situación es solo un ejemplo que refleja el estado actual de vigilancia y manipulación que experimentamos los individuos por el desarrollo de la omnipresente tecnología y su aplicación en sistemas, programas y equipos informáticos como internet, GPS, satélites, celulares, computadoras y tantos otros. Las personas estamos vigiladas permanentemente con fines comerciales, pero también por razones políticas y de seguridad, sin que seamos conscientes de esa realidad. O, si lo somos, no demostramos interés en superarla, quizá por el mullido acomodamiento que se desprende de la irreflexiva adaptación a un sistema que no pide autorización para utilizar información personal, pese a la serie de derechos que se violentan en esa interacción, como la libertad, la autonomía de la voluntad, la dignidad y otros por los cuales, en el mundo concreto de las relaciones tradicionales, algunos individuos y colectivos luchan con pasión y entrega.

Hoy, la vida privada es una entelequia. Los más recónditos sentimientos, intereses y miedos son conocidos por instancias anónimas que emplean esos datos para el control y acondicionamiento de los individuos y las sociedades en los espacios que son de su interés… comerciales y otros relacionados con el poder. Vivimos el post Big Brother, supremo y único vigilante político de la famosa novela de Orwell, que ha sido reemplazado por innumerables pequeños “Big Brothers” comerciales y estratégicos que todo lo ven, lo saben y lo utilizan.

Los ecuatorianos, sumidos en el sopor de la decadencia moral y la corrupción política, también estamos inmersos, como todos, en esta realidad global sin que nos percatemos de que nos envuelve y determina. ¿Se puede hacer algo? Sí. En lo individual, desarrollar niveles de consciencia cada vez más lúcidos de esta realidad y practicar hábitos más prudentes y cuidadosos en la relación con la tecnología y el ciberespacio. En lo social, se deben fortalecer iniciativas de oposición y resistencia a la vigilancia anónima y, claro, llevar la protección de la vida privada a la normativa jurídica. (O)