Gracias al bien informado, reflexivo y motivador espacio que mensualmente utiliza con sus artículos la teóloga colombiana Dra. Consuelo Vélez, en la revista Sinfronteras de los Misioneros Combonianos, en la edición de enero de 2019, esta vez caigo en cuenta que ya se han cumplido 40 años de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, que se celebró en la mejicana ciudad de Puebla.

Si la propuesta línea pastoral de nuestra Iglesia católica se hubiera hecho realidad en América Latina, ¿estaríamos en la situación social, política y económica en la que nos encontramos?

Para ordenar cronológicamente los impulsos generados por los gestores de una comunidad de fieles más auténtica y semejante a su fundador, conviene recordar a unas personas y enseñar a otras que, consecuente con su responsabilidad y por la gracia de Dios, la Iglesia católica buscó su transformación y actualización apostólica, recurriendo a sus raíces, mediante las reflexiones, estudios, debates y conclusiones a las que arribó su Concilio Vaticano II.

Para poner en práctica la tarea apostólica que implicaba pasar de la teoría a la realidad la actualizada doctrina, como labor posconciliar, se originó como primicia la extraordinaria II Conferencia del Episcopado Latinoamericano reunido en Medellín en 1968 antecedente de la III, realizada en Puebla.

En esta ciudad mejicana se renovó, con convicción, un postulado que, según mi opinión, pasó a constituir piedra de toque, motivo de desconfianza y discordia entre los católicos: la opción preferencial por los pobres.

La época de choques continuos, a nivel mundial, continental, regional, incluso nacional y local, entre comunistas, socialistas, socialdemócratas, a veces luchando entre ellos mismos por captar el control del poder político, por una parte, e igualmente demócratas cristianos y liberales, populistas y conservadores, por otra parte, cada grupo desconfiando de los otros, proclamando la necesidad de justicia social que implique mayor aproximación a la igualdad en el goce de servicios y beneficios sociales, mediante la intervención del Estado, fue para los cristianos católicos comprometidos en esa causa motivo de sospecha y hasta marginación social.

Algunos sacerdotes y seglares activistas en la difusión y aplicación de la creciente Doctrina Social de la Iglesia fueron calificados y referidos como “pececillos rojos que nadaban en agua bendita”.

Recuerda doña Consuelo las consecuencias de la Declaración de la Opción Preferencial por los Pobres y las líneas pastorales que se esbozaron en Puebla, incluyendo la conversión y purificación no solamente como medios, para la aplicación de la caridad, sino, especialmente, de la justicia.

Por eso la condena de la pobreza extrema como antievangélica, la identificación y denuncia de los mecanismos generadores de ese mal, así como el esfuerzo para crear un mundo más justo y fraterno, además del apoyo a las organizaciones que promueven el bien común y a los pueblos indígenas.

Además, en Puebla se afirmó también otra opción preferencial: la de los jóvenes.

Hay mucho más material por analizar y, sobre todo, un cuestionamiento para nosotros: ¿cumplimos los compromisos de Puebla? ¿Por qué?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)