Somos un país en duelo, y como en las etapas del duelo, pueden sobrevenir sorpresas, comportamientos inesperados, depresiones, ataques de ira o de negación, solo que aquí se manifiestan de manera colectiva e inesperada. O desarrollamos conductas evasivas donde nada parece importar aunque nuestro entorno se deteriore a pasos agigantados.

Son duelos simultáneos, dolorosos, algunos inesperados.

Hay un duelo deportivo. Más allá del cuadro del que se es hincha, la pérdida de puntos del Barcelona entristece y enfurece a gran parte de la población, sobre todo masculina, predominantemente en Guayaquil.

He observado la vigilia expectante, minuto a minuto desde el viernes a partir de las cinco de la tarde, de quienes esperaban la decisión de la Conmebol sobre la apelación presentada por el club en Paraguay. Primero fui testigo en primera línea de una esperanza utópica, ganar 4 a 0 como dueños de casa. La movilización al estadio, con niños incluidos, en una tarde y anochecer lluvioso para alentar al cuadro de sus amores. Pensaba en las gripes y sus contagios posibles. Finalmente, un triunfo que no alcanzó para clasificar si la Conmebol mantenía su decisión.

Sabor agridulce. Dos triunfos y clasifica el equipo que pierde, que finalmente fue lo que sucedió. No oí hablar a los hinchas de dineros perdidos, ellos hablaban de partidos ganados, de honor, de juego, del ídolo. El reclamo de los dirigentes por lo que dejan de ganar fue una nota discordante en el conjunto de opiniones de los consternados seguidores. Me ha costado entender la importancia que esos hechos tienen en la vida de una parte significativa de la población y cómo impacta en los comportamientos cotidianos.

Otro tipo de duelo, de mayores consecuencias familiares, sociales, políticas es el de miles de personas que perderán sus trabajos en el sector público y también en el privado. La crisis tiene ramificaciones en todos los estratos sociales, y una ola de incertidumbre, tristeza y angustia recorre la población. Muchos negocios se están cerrando. Las personas que mantienen sus trabajos optan por no ver, no opinar, callar, generando una actitud sumisa, pasiva. Me pregunto cómo los jóvenes pueden hacer proyectos de formar una familia ante tanta inestabilidad laboral.

La violencia intrafamiliar, los embarazos adolescentes, toda la ira desplegada por quienes deberían ser protectores añade a ese ambiente de cansancio y miedo colectivos.

Están los golpeados por la desazón que producen los continuos descubrimientos de corrupción a todos los niveles y en todas las esferas. Lo poco que se recupera y los muchos que siguen libres.

Duelo por la ética, la política, el futuro y el presente.

Luto por el nuevo CNE que parece seguir pasos anteriores, con divisiones y denuncias internas y está recién estrenadito. Y a las puertas de una elección.

Ni hablar de la situación en las cárceles y el deterioro humano en las condiciones lamentables de hacinamiento de bodegas para humanos, sin agua, sin camas, sin atención médica, pero con armas…

Demasiados acontecimientos, todos al mismo tiempo, que afectan a diferentes estratos de la población, nadie es exonerado de angustias e incertidumbre.

Los duelos hay que asumirlos, vivirlos, sufrirlos, para después de tocar fondo aceptar el absurdo, la frustración, la indignación y emerger para aprender lo que debamos aprender y quedarnos con las preguntas sin respuestas que rebotan en la realidad cotidiana. Y hacer algo para que esa realidad sea mejor.

(O)