No es necesario ponerse hegeliano para darse cuenta de que muchas cosas llevan en sí mismas un componente que las contradice y puede provocar su aniquilación. Una de ellas es el afán de lucro de los empresarios y hombres de negocios que, por una parte, es el motor que engrandece empresas y países, pero que, por otra, los lleva a acometer acciones que pueden ocasionar su ruina personal y hasta aniquilar el sistema que permite su existencia. Normalmente esta tendencia suicida se da cuando no se considera el largo plazo y por resultados inmediatistas se vende el alma al diablo. Un proceso de este tipo lo venimos viendo en muchos países en su afán de hacer negocios con China Popular. Este Estado se ha demostrado ser un socio de cuidado y esta característica le viene de su propia naturaleza.

China ha desarrollado una economía mixta fuertemente intervenida, mientras conserva las peores características de las oligarquías comunistas. El propósito del régimen no es el bienestar de sus ciudadanos, si lo fuera demostraría más interés en los derechos humanos, lo que quiere a toda costa es la hegemonía. Para conseguirla el crecimiento económico es un medio, pero la alternativa militar es un proceso en marcha, que se ejecuta con el fortalecimiento acelerado de sus fuerzas armadas y la presión que ejerce sobre sus vecinos tanto en el Pacífico como en el Himalaya. Este intento contamina también los lazos comerciales, como la utilización de su empresa de telecomunicaciones más poderosa, supuestamente privada, con fines políticos. Compañías occidentales, que buscan ahorrar en costos laborales, fabrican componentes electrónicos en China, pero hay sospechas fundadas de que estos se entregan con aplicaciones que pueden ser usadas en tareas de inteligencia, como lo denunció hace poco la agencia Bloomberg.

La “república popular” (esto escribir siempre entre comillas) es uno de los países en los que hay menos libertad de prensa. Ahora pretende exportar su férrea censura a todos los países con los que tiene relación. Según un informe de la organización Freedom House las empresas chinas, que siempre tienen algún grado de dependencia estatal, presionan a medios y a gobiernos para que censuren a periodistas que se oponen a los intereses de Pekín. En algunos países se ha cedido a las amenazas y se ha llegado hasta la prisión de comunicadores. Hubo ataques cibernéticos contra grandes medios y se han detectado en las redes sociales, que están prohibidas al interior de China, el funcionamiento de sospechosos “troll centers”, con centenares de miles de seguidores, dedicados a hostilizar a disidentes y contradictores de la jerarquía comunista.

Para un país como Ecuador, el mercado y la boyante economía china representan una oportunidad que no se puede desperdiciar. Pero se debe proceder con los ojos bien abiertos, tomando en cuenta que el gigante asiático, como toda potencia, tiene intereses que van más allá de lo comercial. No podemos seguir haciendo tan “buenos negocios” como Coda Codo Sinclair y la siderúrgica de Milagro.

(O)